Art. de opinión de Francisco Sánchez (Director de la Universidad CEU de Elche)

El infractor

Once maletas

Me distraje un momento en contar las maletas que el pobre hombre custodiaba. Eran once maletas en dos carritos en el aeropuerto de Alicante. Eran de un porte bastante significativo y me imaginé el dineral que se dispondría a desembolsar para que llegasen a su destino. El matrimonio era más bien joven y su tez delataba un origen indio latinoamericano. Dos criaturas pendían de los brazos de la madre mientras el sufrido padre esperaba su turno para depositar los casi baúles en la cinta transportadora. Imaginé el porqué estaban allí. Cuál había sido su sueño que les arrebató de su origen para traerlos a nuestro país. Pensé que los churumbeles habrían nacido en España y que, por tanto, nadie dudaría de su españolidad.

Un día debieron recoger sus pocos avíos para emprender la gran aventura de la inmigración. Y este país, España, espero que fuera capaz de acogerlos como hermanos. Habrán luchando, lo que no está escrito, para sacar adelante su trabajo, su casa de aquí, y sus problemas familiares de allá. Habrán alumbrado sus esperanzas, y sus sueños, al ver nacer las dos criaturitas que hoy no saben el destino de tanta maleta junta. Y habrán soñando un mundo mejor para sus hijos, porque para eso hicieron la travesía de mares lejanos.

Descifro que no es un viaje de ida y vuelta. Más bien es la vuelta con adiós a un sueño. Demasiados abalorios presiento en esos contenedores de colores diversos como para ir a una simple visita post navideña. Incluso me arriesgo a vislumbrar un semblante serio y cabizbajo como el que se despide de una vida para emprender otra. Me gustaría interrumpirles y encuestarles. Y preguntarles qué fue de su vida aquí, cuál es su destino. Si el porqué de su marcha es la jodida crisis, o la jodida insolidaridad, que es la misma moneda con dos caras. Pero no tengo derecho a administrar su dolor o su pena.

Sólo espero que hayan sido tratados con decencia. Que el banco no les haya arrojado como garrapatas a la calle. Que la empresa para la que hayan trabajado les haya tratado con dignidad. Que sus vecinos los hayan visto como hermanos y no como contrincantes en busca de trabajo. Que se les haya respetado su cultura y no se les haya juzgado. Que los derechos sociales, educativos y de salud hayan sido iguales para ellos como lo son para nosotros. Que ningún malnacido haya colocado su color de piel por delante de su dignidad como ser humano.

Nuestro obispo, don Jesús Murgui, ayer mismo en este periódico, decía: «Deseo que este talante acogedor que tenéis como sociedad y como Iglesia, lo mostréis a diario con las personas que han venido, de tantos lugares, buscando calidad de vida, trabajo, refugioÉ Seguid recibiéndolas como al mismo Señor. Él nos dijo que lo acogemos a Él cuando acogemos al hermano (Mt 25,35)». Espero que hayan respirado el cariño de los que nos llamamos cristianos, sin pedir el carnet de la fe. Sin preguntar si se cree, ni en quién. Sino por el mero hecho de ser hermanos nuestros.

Espero que no hayan sufrido las iras, o los ataques, cada vez más corrientes, de una ultraderecha repugnante que cuestiona la presencia de los «de fuera de aquí». Que nuestra lucha no tiene fin en ese campo. Porque la crisis alimenta determinados posicionamientos y planteamientos racistas que tenemos que erradicar. España no es para los españoles. Lo siento. Esa es una frase con trampa mortal. Porque eso nos lo pueden decir a nosotros cuando hemos emigrado. ¿Recuerdan Argentina, Venezuela, hoy Alemania?

Alberto Martínez es el Subdelegado del Gobierno de España en Alicante, y a mí se antoja difícil encontrar a una persona mejor para el cargo. Es honesto, trabajador y humano. Tiene todas esas características que te reconfortan con los servidores públicos, ahora que está cayendo una muy gorda para la función pública. Y por eso creo que el incidente que el otro día se narraba en este periódico en la cola de la Oficina de Extranjería es «una vez y no más Santo Tomás». Alberto, tú puedes. ¡Que jamás se humille a una persona en nuestro país! No es tan difícil acabar con el desorden de un servicio. Si no lo saben hacer, dímelo que tengo gente para organizar ese caos de cola y de servicio. Y si no tienen educación para atender a nuestros hermanos inmigrantes, en once maletas te empaqueto yo a todos esos que no se merecen llamarse españoles.

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2 COMENTARIOS

  1. Pienso que la inmensa mayoría de los que hemos leído su artículo, nos reconocemos en él y estamos de acuerdo con sus conclusiones. También se dan exclusiones entre los de «dentro de aquí». Me dirigí a la sucursal de una entidad crediticia y estaban los cuatro cajeros fuera de servicio; dos ventanillas con colas enormes. Me dirigí a la directora preguntándole en cuánto tiempo estimaba el arreglo de la situación. Ella -de Novelda de «toda la vida»- me dijo que no me entendía, y que tenía mucha prisa… Mi «pecado» fue dirigirme a ella en mi lengua, la valenciana.

  2. Señor Sanchez.Lamentablemente es peor aun,hay muchas mas familias de las que usted comenta,que no pueden ni siquiera volver a su país de origen,que no pueden alimentarse,personas trabajadoras que han venido a ganarse el pan,conozco y se muy bien lo que digo,mis nueve años en Cáritas lo avalan,también le digo que si han sufrido ataques de ira por parte de algunos h.p.que mientras tenían trabajo no se acordaban de ellos,después vino la eterna frase, se les ayuda a ellos y a nosotros nada de nada,mentira,cuando estas familias tenían trabajo no acudían a Cáritas,siempre acudieron con educacion y humildad y muy agradecidos ya quisieran algunos,yo siento mucho que no hayan encontrado aquí un futuro mejor para ellos y sus hijos. Que el Señor les de en su país lo que no encontraron aqui. Un saludo para usted que siempre leo sus artículos..

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