Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

LA LUZ EN LA POESÍA

Sería, casi, como decir, la luz en la luz. En la luz del habla, de la palabra.
De la palabra de La Palabra. Otra concepción de Dios. Volvemos al Génesis. A san Juan el de la Luz. El que fue pescador y mejor amigo de Cristo. El de la Luz y el de La Palabra del Principio. En el Principio era el Verbo y el Verbo se hizo Hombre. Y la palabra, acampó entre nosotros. Pues si el habla tiene una luz, un modo espiritualmente electromagnético de iluminar la realidad de las cosas que nombra, creándolas al denominarlas, al darles nombre el mismo tiempo que las ilumina, esa luz es, en su máximo esplendor significativo y significante, la poesía. El decir poético ilumina la expresión. Le confiere una luz nueva mas resplandeciente, con mas fotones, y una nueva energía de belleza. La poesía es ver las cosas de otra manera. Más exigente, limpia y enamorada. Encontrarles su revés más hermoso y conceptual. La poesía ama la palabra y hace amor con ella. Y le hace el amor. La llena de nuevos colores. Los del prisma de la nuda realidad y los del prisma, encantado, mágico, misterioso y nuevo que le prestan el espíritu y el corazón del hombre, para dejarla bañada con la resultante de otro espectro. Otro espectro que consiste en revestir la palabra de una nueva humanidad. De un a humanidad mas humana y luminosa. La palabra, que era en los orígenes, icónica e interpretativa, la Palabra que hizo al hombre a su imagen y semejanza, se hace luego, además, Hombre. Hombre ella misma. Primero el hombre a su semejanza. Luego Ella, a imagen del hombre. Ella se encarna a semejanza nuestra. Y el hombre, deificado dos veces, pues. Una, cuando Dios se lo acerca a su misma imagen. Ascendiéndolo, y otra, cuando Él mismo se acerca al hombre. Descendiendo a su nivel, situándose en el perfil de nuestra mínima imagen mortal. En este juego de ida y vuelta de Dios, se encierran toda la ilusión y el porvenir esperanzado del hombre y todo su mejor entendimiento teológico. Ello empieza a salvarnos de un modo que luego se completará con la muerte y resurrección del Dios Hombre. No tenemos límite. Estamos llamados a la santidad. Y entre tanto, manejando palabras. Usando La Palabra, con su energía e inspiración, podemos hacer poesía en un intento de subir nuestras palabras hacia la altura de Aquella que era en el Principio.

La poesía es como una revelación luminosa de la palabra. Con la palabra poética se pueden construir espacios de una luz nueva. Una luz que permite ver las cosas de otro modo. Ver mas cosas en las cosas. Recrear la realidad. Y hacerlo en régimen y desde exigencias de rigurosa hermosura y primorosa exactitud. Porque la belleza es un imperativo de lo creado. La Creación es hermosa. Crear es bello. Y no amar y perseguir la hermosura, pecado. No amar lo bello es renunciar al precepto mas grato de la existencia, al aliento de Dios, a su estilo e impronta. La hermosura es la marca de Dios. Su código de barras. Debería estar prohibida y hasta penada, la indiferencia ante la belleza, el relajamiento del buen gusto. Dios ha querido que su obra sea espléndida, encantadora, llena de gracia. La belleza es la primera y más excelsa utilidad de lo creado. La hermosura es hasta práctica. Da resultado. Confiere sosiego, plenitud, armonía, integración y gracia. Gracia ontológica y material. Gracia múltiple y vivificante. Y claridad. Esa cosa que prodiga la luz.

La poesía es un no estrenado orden enérgico del concepto. El ser de todo, cobra, con ella, nueva entidad. Sube de grado. Significa más y distinto. Y superior. La poesía es el resultado de una elaboración mental que pretende más honor para la verdad, más riqueza para la gracia, más primoroso rigor para el pensamiento, y, sobre todo, mas amor en el amor. Aquello que recomendaba San Juan de la Cruz a su monjita en el sentido de que donde hubiera amor se pusiera mas amor para que aumentase la cosecha amorosa. Y lo decía Yepes, el hombre que se acercaba a Dios con una lucecita expresiva intermitente, con palabras que, a veces, eran balbuceos. “Un no se qué que quedan balbuceando…” Que sonaban sin sonar, en su maravillosa e incompleta coherencia semántica.

El mundo de la realidad se sujeta a las realidades del mundo. Y esas realidades pueden ser trascendidas, llevadas a otro espacio de realidad, que es el mismo pero pasado por el alma del hombre, bañado en su corazón, tocado por las inmensas posibilidades de su relativa y mínima semejanza a Dios. En definitiva, ennoblecido y regenerado. Es decir, objeto de una nueva generación. De un nuevo acto genésico. Esa tarea corresponde a la poesía. Una nueva y subjetiva, subjetivísima, objetivación.

La poesía es una recreación de la realidad. Ve en la realidad lo que ni ella misma podía imaginar que contiene. De poder, ella misma. Tenerse en cuenta y considerarse. Inéditos matices. No ensayadas combinaciones, por decirlo al modo de Fray Luis de León, el de la negatividades expresivas de afirmación. Relaciones fantásticas. Y los matices, las relaciones, las combinaciones, las visiones, la perspectiva, necesitan luz, dependen de la luz, son sus hijas y resultantes. Por eso la poesía es luz, toda luz. Nueva luz. Una iluminación inédita que vibra energéticamente con los fotones de cada verso, con los quantos de cada imaginación, con el enorme electromagnetismo de la metáfora, esa creación dentro de la creación, que la trasciende, transforma y hace esplender de modo autónomo y recientísimo, la esperanza de belleza y amor del hombre.

La poesía es la máxima luz de la palabra. La Palabra que es Dios, Luz de Luz. Nadie, como los poetas, ha pretendido hacer cosas mas altas con ella, con la luz. A sabiendas de que tocan, con ello, algo de Dios, a Dios Mismo, el de la misma sustancia y sangre conceptual de la Palabra.

La poesía es luz. La luz es física poética, esperanzadora y generatriz. La luz preside la vida en todos los órdenes. Y la poesía pretende hacerla rigurosa y digna. La poesía pone a la vida como en acto de servicio, desde pretensiones y exigencias de amor y de gracia. A la luz de la luz. De la luz poética. Que es una luz que ve en la palabra mas colores que los del espectro y que aun les añade los de la esperanza y la hermosura. Pulir la palabra es hacer brillar a Dios. Solemnizarla palabra es honrar a Dios. Llenarla de encanto es como orar en clave de armonía y sutileza. Y hacerlo todo, en relación con la luz, desde una luz nueva pero luz en definitiva, es completar el ciclo que empieza en La Palabra, Luz de Luz, y termina en el poeta, iluminador con sus imágenes, del escenario de la Creación y el espacio de las cosas de Dios.

Sin luz todo es oscuridad. Con luz, todo vida, vibrante, matizada con esplendores y reflejos. Pues bien, uno de esos brillos, uno de esos reflejos, al incidir la luz sobre las palabras, es la poesía. Poesía sería, según este argumento, luz en la palabra. Casi un pleonasmo, porque, volviendo a San Juan de la Cruz y de la Luz, retornando al Génesis, Luz de Luz es Dios de Dios y Dios es La Palabra. Y es que no hay modo de escapar a la divina presencia y esencia, cuando se habla de la luz y de la palabra, máximamente, cuando esta palabra es de naturaleza poética. Dios mas Dios, por Dios y dando Dios. Dios por todas partes. La poesía es Dios divinizándolo todo por medio de la palabra. Llenándolo de su Luz.

La poesía hace estética la ética, por si esta lo fuera poco. Hace elegante la bondad, inteligente la imaginación, sensitivo y sensible el pensamiento. Relaciona todo, hasta biológicamente, de un modo en que la materia se hace espiritual, meditación y querencia, mente y voluntad, corazón y cerebro.

La poesía es otro universo conceptual del hombre. Un raro pragmatismo del alma que devenga iluminaciones sutiles aun en el tratamiento de las aparentemente menos favorecidas, materias y situaciones. Un delicado enfoque del dorso de la realidad, con una rara luz que proporciona distintas claridades y tonos de otro espectro. Otro universo de nociones, con inusitados matices y reverberaciones. Otra luz para la misma luz. Y otra suerte y gama de transparencias, brillanteces, reflejos y esplendor.

El poeta era el mago de la tribu. El hombre que veía lo oculto. Y lo revelaba con palabras nuevas. Palabras que aportaban a los hombres nuevas luces dentro de la general y elemental iluminación primigenia. El brujo que intuía presencias y poderes superiores. Y que invitaba, progresivamente, a acercarse a Dios, a la gran Luz, mediante la adoración y supersticiones previas referidas a los elementos incontrolables de la realidad aparatosa y mágica. Usando la luz para buscar la Luz. Haciendo, con los rudimentos de su poesía, mitología, relación con una serie de poderes y divinidades, un germen o esbozo de religión. Una sencillas y elemental preparación para llegar, a través de la luz, de una manera de entendimiento que llamamos fe, a Dios. Al Dios de Dios. Al Dios de todo. Al Dios suma de todos los dioses. Y consuelo de todos los miedos ancestrales. Y, además, salmodiando la expresión. Cantando la palabra. Metiéndole cadencia, tono y sacralizad. Organizándole armonía sonora y conceptual, musicándola, propiamente. Porque el poeta es actor y declamador, es el juglar posterior que hasta se acompañaba de un instrumento de cuerda.

La poesía es el más elevado uso del pensamiento traducido en palabras medidas y organizadas, pautadas, armonizadas, haciendo música del más plástico sentido de la comunicación. La luz sonando. Y sonando bien. Con los acordes mas finos de su espectro.

Santa Teresa, una gran poetisa, decía a sus pupilas, exigente: “Hijas, sois una pura oscuridad”. Y es que la oscuridad es la enemiga de todo lo que es en la luz y de la luz misma. Hasta de la poesía, que aplicada al habla, a la palabra, a Dios, sería un puro contradiós. Una poesía oscura sería como una claridad tenebrosa.

En la luz de la poesía que es lo mismo que la poesía de la luz, está mas que nunca y en cosa alguna, la Luz, la grande y verdadera Luz en su dimensión más próxima.

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6 COMENTARIOS

  1. Querido Luis: Acabo de leer tu, esta vez generoso por lo extenso, artículo. Precioso. Esto es poesía que tu conviertes en prosa. Magnífica exaltación de la poesía, pero, siempre, conectándola con tu basta, por enorme, fe.

    Envidio esa tremenda fe que tienes y que a mí Dios no me ha concedido.Lo asumo y, quizá, un día tenga ese privilegio.

    Escribes muy bien, querido amigo. Entre tú y mi hijo Claudio me teneis acobardado. No sé si lo llegaré a superar, pero te prometo intentarlo.

    Hay que ver como conectas la poesía con toda tu espiritualidad, que es enorme. Si no fueras humano, diría que infinita.

    Hace tiempo que sabes porque te defiendo con uñas y dientes en este mundo tan peligroso, como es el virtual. No quiero perderte como articulista. Necesito leerte, porque necesito enriquecerme.En definitiva es puro egoísmo.

    Mañana,más fresco pese al nuevo horario, volveré a leer este pedazo de artículo y, si veo algo nuevo, que lo veré, volveré a comentarlo. A estas horas se me hace complicado concentrarme lo necesario ante tal obra de arte.
    Recibe un abrazo, Luis y toda mi admiración.

  2. Querido Luis: no es fácil seguirte pues lo que escribes es muy alta Teología.
    Me ha gustado sobremanera el párrafo dedicado al «pulchrum», uno de los trascendentales del ente del se que habla, poco, muy poco.

    Creía que había llegado a captar su esencia cuanto estudié un libro titulado «Pulchrum», del maestro Antonio Ruiz Retegui. Pero lo tuyo es otra cosa. «Crear es bello y no amar y perseguir la hermosura, pecado»; es así, pienso pues el pecado de acedia o tibieza consiste en tenerr grandezas y bellezas a tu lado y no reparar en ellas.

    «La hermosura es la marca de Dios, su código de barras». He recordado aquello de «yéndolas mirando con sólo su figura, prendados los dejó de su hermosura»: esa er la marca de Dios.

    Finalmente hablas de que «Debería estar prohibida y hasta penada, la indiferencia ante la belleza…»Muchas veces lo he pensado y meditado. La modernidad ha condenado la contemplación por su inutilidad. Si no se contempla, nunca se puede poner en contacto con Dios.

    En una ocasión me encontraba de rodillas admirando y contemplando el Cristo yacente de El Pardo: pienso que estaba haciendo una oración muy intensa. De pronto, se oyó ruido de zancadas: apareció un chico, miró y le dijo al de abajo: «vámonos, sólo hay muerto.»

    Fue un mazazo: llamar al Cristo de Gregorio Fernández «un muerto» impedía ya cualquier grado de contemplación.

    «La belleza es la más excelsa utilidad de lo creado». Esto, Luis, nunca lo he leído en nadie. Lo que aprendí es que el criterio de utilidad es el primer enemigo de la contemplación, de la belleza, de poesía.

    Deber ser que la metafísica aristotélico tomista carece de poesía (exceptuados los himnos del Angélico a la Sagrada Eucaristía).

    Tu artículo es para mucho meditar durante varios días. Muchas gracias, amigo Luis.

  3. He querido entender Sr Galbis como resumen de su artículo que la poesía es luz de la palabra que nos lleva a Dios. Miguel Hernández decía que eramos hijos de la luz y de las sombras y yo añado que la pasión por la luz no es solo propia del lenguaje poético que le lleva al poeta a reencontrarse con el Creador sino que tambien se da en otras expresiones artísticas ,así se habla de una pintura de la luz que abarcaría desde Leonardo da Vinci hasta el propio Sorolla al que llamaban el pintor de la luz.Y es que luz es una palabra que nos da la claridad,iluminación,vida,con ella lo podemos ver todo,es armonía ,cálida ,romántica, que mejor excpresión que dar a luz como símbolo de nacimiento ,es siinónimo muchas veces de sabiduría, fortaleza y claridad de ideas. La luz es todo y sin ella no hay vida.
    Quiero terminar este comentario a su artículo Sr Galbis ,que creo que brilla con luz propia, con un párrafo del poema titulado Luz de García Lorca que decía » que el poeta es la sombra luminosa qwue marcha pretendiendo enlazar a los hombres con Dios sin notar que el azul es un Sueño que vive y la Tierra otro sueño que hace tiempo murió». Un saludo.

  4. Por eso de que nadie puede ser matemático si no es poeta te mando, Luis, esta poesía:

    SENTIMIENTOS

    En una noche cerrada y oscura,

    oí a mi corazón clamar al cielo,

    la paz y el sosiego que más perdura,

    ¡Cuán grande no sería su desconsuelo!

    Sin esperar más le presté mi aliento,

    rompí las tinieblas con la luz del día,

    y así se acalló su cruel lamento,

    ¡la pena que, con él, yo compartía!

    Le hablé del amor y de la vida,

    de arroyos que cruzan las montañas,

    y, ¡cómo no!, de la ilusión vivida.

    De los pájaros que pían en las ramas,

    y de cómo saltaban por las cañas,

    ¡por fin vi que, la noche, ardía en llamas!

  5. Luis, con un artículo tan bueno como tú has escrito invitas a hacer poesías, esta quizás con menos pretensiones que la del comentario 3.

    LA VIDA

    El pasado, presente y el futuro,
    de la vida que hemos recibido,
    lleva al joven a ser hombre maduro
    y hablando a ser muy comedido.

    Por eso, él está en el presente,
    que es siempre donde habita la vida,
    la cual en el pasado está ausente
    y en el futuro es desconocida.

    Y es que si vivimos en el presente
    con la esperanza al futuro unida,
    es lógico que el pasado aumente.

    Y como éste sólo tiene salida,
    la vida convive con el presente
    y nunca en el futuro anida.

  6. Difícilmente se puede decir algo acerca de la poesía que resulte mejor y más brillante que lo que he leído en este texto tuyo, Luis.

    Coincido plenamente en las ideas principales que sostienes, sin perjuicio de que, como apuntan más arriba, el texto no sólo es estéticamente hermoso, sino que viene cargadísimo de ángulos, complementarios o contradictorios, según se mire, para que el lector los analice con tranquilidad y los «discuta» consigo mismo. Algo parecido sentí al leer otra cosa tuya, creo que del fin de semana anterior, en el que destaqué precisamente eso: la invitación (simpre inteligente y brillante de tu parte) que le haces a quien te lea para que aprehenda y se debata conceptos interesantísimos.

    Aquí hay mucha tela, Luis, es denso el artículo, con mucho peso, en todos los sentidos. Los conceptos de Dios y la Luz, y la interrelación que con la poesía estableces, en sentido ascendente o descendente, de retroalimentación, añadiría yo, me ha parecido simplemente magnífica. Una elevación que comparto, y una capacidad, la de la poesía, la del poeta, de poder acceder al grado más bello y casi perfecto conocido en la escritura, sugerente, mágico, creador de mundos y espacios como ningún otro registro… Simplemente genial.

    Un abrazo, Luis.

    Un texto para disfrutar, de mayor extensión y más conceptual que otros tuyos. Pero sobre todo, si me lo persmites, un texto para analizar… y aprender acerca de uno mismo. De nuestras propias capacidades.

    Gracias!!!

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