LA LUZ EN LAS ESCRITURAS
“Hágase la Luz” dijo el Creador en el Génesis de San Juan. Y desde entonces fue visible la Creación, hubo Creación, porque lo invisible no existe. Dios, “Luz de Luz”, como lo llama también, a veces, el mismo San Juan, se comunicó luminosamente a su obra, como luego, unos 20.000 millones de años después, se comunicó personalmente a otra parte de su obra, la principal para Él, el hombre, haciéndolo a su imagen y hasta humanizándose Él en la persona de nuestro Hermano Jesucristo, para poder resucitar y para resucitar, morir y para morir, nacer, como todos nosotros. Rehaciéndose Él a imagen nuestra, como en una sobre complementariedad de la cortesía inicial. Era su manera de hacernos, por la vía más directa y Personal, tríplemente Personal, de Dios, personalísima, por lo que hace a nosotros, partícipes en su Resurrección. El modo de garantizarnos la Salvación. El Dios de la Luz se oscureció a lo humano para llenar a los hombres de su Luz divina, participando en la vida y muerte de aquellos, de nosotros, y para que accediésemos también al milagro de su Resurrección que incluía, correspondientemente, la nuestra. Luz. Luz por todas partes. Luz teológica y Luz de amor. La Luz de Luz de San Juan. Y la luz de amor del San Juan nuestro, del San Juan de la Cruz y, también, San Juan de la Luz.
La luz está en los fundamentos de todas las religiones, contraponiéndose a la oscuridad, como el bien al mal. Primero en los egipcios y luego en Zoroastro, seis siglos antes de Cristo, ya vemos a la luz luchando contra la oscuridad informando las concepciones hebreas del universo y su entendimiento teológico. La fórmula pasa al cristianismo convirtiéndolo en el credo religioso más absolutamente identificador del Ser Supremo con la idea de la Luz. Dios Luz. Luz de Dios. “Hágase la Luz” de nuevo y ya tenemos a Jesucristo, el inventor de la Luz del Amor, una luz que no solo informa sino que forma y transforma. Ondas de luz que se convierten en oleajes de amor. Lo que comenzó siendo unos átomos de hidrógeno sometidos a inconcebibles presiones, a temperaturas de miles y millones de grados centígrados, fundiéndose unos con otros para formar uniones creadoras de helio y liberando esa forma de energía de que nos ocupamos, la luz. Al principio, simple polvo estelar frío. También el polvo, de manera metafóricamente teológica, sería el material en que Dios insuflara su Espíritu para convertirnos en hombres. Su Espíritu luminoso. Su porción de Luz.
La Biblia, los dos Testamentos, son una fuente constante de luz. Una lámpara de palabras en las que Dios siempre luce. Un Pentecostés contínuo sobre nuestras cabezas. En los orígenes, Luz se asocia a la palabra Betel (hoy Beitîn) – “la Almendra”- ciudad situada a unos 20 kilómetros al norte de Jerusalén. Abraham vino de Caldea a acampar sobre una colina al este, en el siglo XVIII antes de Cristo. Allí levantarán Abraham y Jacob un templo a Yahvé, que Jacob llama, como a Betel, “Casa de Dios”. ”Betel” (casa) y “El” (Dios). Allí es donde el patriarca Jacob ve subir y bajar a los ángeles por la famosa “escala” de luz, del cielo a la tierra y viceversa. En el Viejo Testamento, Betel y Luz se manejan sinónimamente. Fue la primera ciudad cananea de Israel. Ciudad donde se instala la Luz. Según el libro de los JUECES, este título pasó luego al país de los hititas, en una localización hoy desconocida.
En el Libro, la luz “se concede a los justos, que la irradiarán”. Se representa la presencia divina como “el fuego del que Ella es el primer resplandor”. Está presente la Luz en las teofanías de la Antigua Alianza, en las visiones de los profetas y en las palabras cantadas de los salmistas. Cuando Cristo se transfigura en Galilea, “su rostro brilla como el sol y sus vestidos se hacen blancos como la luz”, ante Pedro, Andrés y Juan y Moisés y Elías, seis días después del anuncio de la venida del Reino de Dios. Una “luz celestial”, se revela a Pablo, camino de Damasco. Los inspirados, ven a Dios como “revestido de majestad y esplendor, envuelto de luz como un manto”. Cuando habla a los hombres, “alza sobre ellos la luz de su rostro”. La sabiduría es “el reflejo de esa Luz eterna.” “La Ley es Luz.” El siervo de Yahvé, en Isaías, anuncia a Dios como “luz de las naciones.” “La gran Luz de nuestra Ley”…”que brillará sobre el país tenebroso”…. “Verbo increado de Dios que es Luz”… “Su vida, luz de los hombres”…Jesús se presenta: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida.” Dice el Señor, de los incrédulos: ”cuyo entendimiento ciega el dios de este mundo (Satán), para que no vean el resplandor de la Luz del Evangelio de la Gloria de Cristo, que es la imagen de Dios”, (San Juan). Los que “obran en Dios”, …“van hacia la luz”… y “ permanecen en la luz”, en comunión entre ellos así como con Él que es Luz, en y con la Luz, por tanto. Los cristianos son llamados “de las tinieblas a la maravillosa Luz del Maestro.” Serán, pues, “hijos de la Luz,” “Luz del Señor”, “revestidos de las armas de la luz” y brillarán “como focos de luz en este mundo,” “la herencia de los santos de la Luz”. “En el Reino del soberano Señor que habita una luz inaccesible, se cumplirá el efecto prometido a los justos: no habrá más día ni noche sino un día único”…”Yahvé será, entonces, una Luz perpétua.” Ese día, el día de la Jerusalén celestial, “esta flameará con un brillo que no se debe a los luminares que el Creador colocó en el firmamento, por la gloria misma de Dios, cuya antorcha es el cordero” (Cristo)…”Las naciones caminarán a su luz y el Señor lucirá sobre ellos y reinará por los siglos de los siglos.”
En el evangelio de Juan, el más lúcido y luminoso, para mí, “la luz del día es el símbolo de la fe que Jesús trae al mundo”. En la relación de los debates de Jesús con los escribas, lo presenta definiéndose a Sí Mismo ante aquellos y los fariseos como “Fuente de agua viva, luz del mundo.” En sus epístolas, en el famoso “comma joánico,” un pasaje un tanto esotérico de La Vulgata, Juan dice de Cristo, “Dios es Luz, Dios es Padre, Dios es amor”… A lo largo de su Evangelio, el cuarto, se refiere, reiteradamente a la “lucha entre la Luz que trae el Verbo y las tinieblas que se le oponen.” En sus pocas epístolas, pocas pero magníficas, insiste en las exigencias que implica “el deslumbramiento de la luz”. En que “los hijos de la luz, se reconozcan pecadores.” Entre los apóstoles y los evangelistas, Juan es el más electricista. El que más ve a Dios como Luz, el que nos lo presente más esplendorosamente luminoso.
En las Escrituras, la Luz es el primer don de Dios, símbolo y fuente de toda vida, (absoluta correspondencia con la realidad de su operatividad total y vivificante sobre el caldo primigenio). La luz será, también, “alegría, felicidad, salvación”….Visión contínua de Dios. Espectro intelectual de su corporeidad luminosa. Noción fotogénica del Señor. Luz por todas partes. Que es como decir, omnipresencia de Dios. Iluminación del Ser. La Ontología de la claridad. La óptica de la suma Verdad.
Al bautismo, se le llama “iluminación.” Dice San Simón: ”Tu alma, al recibirla gracia, brillará toda ella” (es decir, estará iluminada) “como Dios mismo.” Toda la teología se san Gregorio de Nisa está impregnada de luz. Dice a este propósito José Antonio Marina, que el ojo heliomórfico ve lo que le es homogéneo, connatural. La luz es su elemento. El ojo no se limita a captar la luz. La emite también, aunque para esto tenga que coincidir con el ojo de la Paloma, el ojo del Espíritu Santo. “La gloria de los ojos es ser los ojos de la Paloma” dice san Gregorio. Habla de “la entrada en la luz sin formas.”
Este hombre escribe muy bien. Felicidades
Quiero felicitar sinceramente a D. Luis Beresaluce por su artículo «La Luz en las Escrituras». No añado ninguna opinión más porque todo cuanto escribe en este texto, me parece muy bien.