Artículo de opinión de Claudio Rizo Aldeguer

¿VACACIONES?

Se preparan con minuciosidad, extremando –y tratando de apurar- todas sus posibilidades, como si consistieran en la última válvula de escape de que gozara el ser humano después de un año de guerrillas. Son las vacaciones. Punto de inflexión en un año natural que parece servir de “oasis”, de parada reflexiva, casi catártica y depurativa, en el español medio. Y en medio mundo. Pero los sesudos estudios de sociólogos y psicólogos tras este período, dejan resultados profundamente enfrentados –esquivos- a las primeras intenciones de quienes planean ese “descanso” estival. Acuérdense para septiembre –dudo que alguien retenga tanto tiempo este artículo en su mente- de cómo los informativos abrirán sus cabeceras con titulares referidos al estrés pos-vacacional, a las sacudidas internas que sufre quien lleva veintitantos días en punto muerto, y de cómo una batahola de peritos mentales nos chutan en vena su receta mágica para el reencuentro con lo laboral de manera que no nos resulte traumática o insoportable. Es una contradicción entre lo metafísico y lo infrahumano: que el tiempo de asueto, de libre esparcimiento y, por ende, el de mayor crecimiento, termine convirtiéndose en fuente de alteraciones mentales, de irritaciones, de espinosos modales en el momento de la vuelta a lo cotidiano. Supongo, entonces, que septiembre será el mes más viperino del año (si me permiten la expresión). Nos hemos dejado dos mil o tres mil euros en poco tiempo; hemos soportado colas kilométricas en las autovías con los niños bramando en la trasera del coche; nos hemos bañado en playas atestadas de personas embadurnadas en aceites que a cada paso nos salpican toneladas de arena en los ojos; avispas, medusas y gorrillas en los aparcamientos…; hemos pagado 25 euros por una paella servida en el tiempo del aperitivo y 8 por un mojito a las faldas de una brisa tórrida; puede que, hasta en la bañera del apartahotel que contratamos por Internet, veamos retozar dos cochambrosas cucarachas (no suele darse); y a la vuelta… colegio, libros, vestuario, matrícula, hipoteca, trabajo. Y a empezar. De cero. O casi.

Trate, querido lector, de no alargar sus vacaciones. Dos semanas, a lo sumo. Más tiempo implica sujeción a un tiempo que no distingue ya placer de ocio. Es mi humilde mensaje. Y sobre todo, no las mitifique: no suelen ser la panacea de nada.

Al conductor suicida que le adelante por la derecha, déjelo ir, sin exabruptos delante de la parentela, si acaso para su interior un “me cago en tu puta madre”, pero suavito, para nosotros, que no trascienda. Eso altera. No busque rentabilizar hasta el último minuto del día contratado: destine algunos, la mayoría, al capricho de los momentos libremente improvisados, que curiosamente, con la objetividad que deja el paso del tiempo, suelen ser más rememorados y ricos que aquellos otros largamente proyectados. Camine sin prisa, por aceras, por calles empedradas, por playas o calas recién conocidas. Disfrute de monumentos y plazuelas con las que se tropiece, de esas que no aparecen en guías como reclamo turístico. Y valórelas, más incluso que aquellos museos robustos de historia y de arte, que pocas veces comprendió, ni recordó… En suma, creo, no haga de sus vacaciones un flotador del que dependa la salvación de sus molestias anuales, la compensación de sus esfuerzos… sino que para usted represente una pequeña parada que airee su mente y que relaje algo su ánimo. Sería suficiente.

Plantéese las vacaciones, pues, como el toque de color que tanto brillo añade a la mejilla de su amada. No para crear su belleza, sino para realzarla.

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1 COMENTARIO

  1. ché, claudio, muy buena descripción de las vacacionnes, así son en general, para lo bueno y para lo malo. hay un poco de todo.

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