Art. de opinión de Claudio Rizo Aldeguer. (Artículo publicado en la edición impresa)

Vale la pena esperar

Abro mi ventana y contemplo cómo la gente se hace con ella. Es hermosa, generalmente. Vive de nuestras vidas. Las acoge, con gratitud, como la costa a las olas para devolverlas con suavidad a la grandeza del océano. Allí se confunden con otras corrientes que antiguamente fueron también para ella su escaparate elegido. Nunca se cansa de renovarse. Cada año se pinta con formas nuevas y se viste con colores más atrevidos. Es coqueta, pizpireta y “remirá”. Ole. Documentada, culta, crítica, irónica, festiva, payasa, artística…

Aunque tartamudea inicialmente cuando se reencuentra con su gente, con sus amigos del pueblo, al poco ronronea como un gato y gana confianza en las manos de su huésped. Así empieza a contarle cosas; historias que también a ella le ha ido narrando la vida. Le habla de cómo eran las personas que aquí vivieron, de sus costumbres; del quiosco que, pese a las dificultades, se mantuvo orgulloso en el rincón de una plaza; de la tienda de ultramarinos a la que todas nuestras madres acudían en busca de cualquier cosa; de los cines que fabricaron fantasías en las mentes de los niños; de los teatros que algún día lo fueron… Se hace confidente hasta tal punto, que extraño es la persona que tras conocerla no la retenga como a un hijo. Será por todo esto, o por más, que el solo anuncio de su regreso despierta la ilusión de un pueblo por ver sus nuevas prendas. Hay quien la guarda en bibliotecas, o en cajas, junto a sus predecesoras: quizá sea el mayor manantial de riqueza vital que puedan albergar. Porque coleccionarlas (tesoro de pocos), permite adentrarse en la Historia y en los vericuetos de Novelda; dirigir la mirada hacia nuestros adentros, contentar al alma a través de palabras sugerentes o de imágenes evocadoras.

Es una Revista, pero diría que es algo más que un libro. Y por supuesto, muchísimo más que uno de esos electrónicos. Ve la luz con el incipiente calor de julio, cuando ya las sábanas hace días que molestan al sueño; pero su cuerpo se gestó antes, mucho antes, habiendo sido tratado durante todo un año con mimo superlativo. Sus hojas hablan del efecto del tiempo, de las arrugas que deja su transcurso en nuestras retinas; de los hechos que han jalonado momentos eternos; de los estados de ánimo de una colectividad… de la literatura, de la música, de la pintura que ha fluido por las venas de algún vecino o de algún familiar cuyo rostro no olvidamos. Pero sobre todo, cada una de sus hojas, al pasarla, adquiere para el lector los caracteres de un Todo. Un espejo que te habla con la suavidad de un amanecer veraniego, que te zambulle en un viaje al ayer a través de sus letras, de sus fotografías, al tiempo que te señala las penurias, las alegrías y las esperanzas de lo inmediato. Porque cada Betania es así: un eje de sabiduría popular en el que confluye pasado y presente, y que añade, casi sin querer, un matiz más en ese espejo que se inmortaliza para siempre.

Tenemos la suerte de asistir a una nueva visita de nuestra Betania. Hay que facilitarle la estancia, respetarla… mimarla… quererla. Hay un trocito en ella del Asilo, de la Santa, de los parques, de las calles, del deporte, de las Fiestas…; de nuestros antepasados, nuestras enfermedades, nuestras luchas o nuestros amores. Porque Betania, desde antiguo, es Novelda. Como Novelda… es Betania.

Por eso, vale la pena esperar

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