Hay un llanto…
Hay un llanto que gime asustado en el centro de una plaza. Nadie lo escucha, o más bien, nadie quiere escucharlo, porque simplemente prefieren el “arte” que sobre su sangre atrapa las palmas. Es un llanto sordo, amortajado, parece que traído al mundo para enlucir la leyenda de la bajeza humana, por medio de su culmen: la puntilla.
Surge de la nada, de la oscuridad, para adentrarse en un todo de agonía. Se muestra despistado y asustado, embelesado de su propia estupidez. Es obtuso, miope, lento como la moviola, hasta que le agrietan el lomo con el aguijón de la divisa… Entonces supera la puerta de toriles, ingobernable, pertrechado de su bravío, aunque también de su torpeza, para encontrarse con la (¿inteligencia?) humana que de rodillas le espera en el centro de la plaza.
Las tradiciones son trampas legitimadoras a las que se agarra complaciente un hombre con ínfulas de Dios; un hombre poderoso con el estoque oculto tras el capote. Que piensa que un hecho repetido en breve lapso, sostenido sobre muchas espaldas hermanas, justifica canallas costumbres que no deben ser removidas. Y que a eso se aferra, en su convencimiento íntimo de pertenecer a una suerte de proyección de actitudes cívicas y honorables. Sabe que su tino para burlar la fiera, le exime de rendir cuentas: el jalear de la masa, pues, le eleva a la Verdad. Y ve ahí un colchón emocional que le permite descansar al llegar a casa. Pero no todas las costumbres son virtuosas, ni justas: la esclavitud vino practicada como barbarie «necesaria», en sus días. También el racismo tuvo ecos, lejanos, mucho más lejanos y hondos que de dónde con mayor ahínco procreó. Mas no por esa inercia de la repetición social, fueron mantenidas en adelante como modelos de convivencia. Al contrario.
Ese hombre se compara en su arte, que lo tiene, con pintores que con sutilísima delicadeza nos estremecieron en algún momento con un lienzo, con escritores que nos llevaron por grutas y tiempos inexplorados, o con músicos cuya batuta no buscó regocijarnos el alma por medio de una muerte ventajosa. Son comparaciones inicuas. El arte no demanda crueldad, pues las creaciones del alma, nunca, al menos las honrosas, han buscado tormentos, ni humanos ni animales, para traspasar las barreras del presente y alcanzar un estado de perpetuidad.
Pero sí… por desgracia, los sigue habiendo a los que poco importa asistir al despiece de una mole, si a cambio reciben una verónica fervorosa o una puntilla mortal; si a cambio, es el estoque el que atraviesa con su cruenta cirugía el corazón latiente de una vida (pues la tienen). Si a cambio, en fin, el hombre vestido de luces abandona el albero entre entusiasmos de duelo y locura.
Nunca habia leido un texto tan elegante y con tanta inteligencia como este.pienso como tu sobre la crueldad sobre los toros y este articulo tiene una fuerza impresionante. gracias claudio.
un excelente artículo . Felicidades
Me siento orgullosa de haber sido tu profesora.
Gracias x tu escrito es necesario jente como tú para defender a los que no tienen voz gracias