Firma Invitada: Jesús Navarro Alberola

Con la puerta en las narices

“En homenaje a todos los vendedores de Novelda que ya no están entre nosotros”

¿Hay algo más difícil que vender? Sí, «vender y además cobrar». Toda mi vida he oído esta frase en nuestra empresa «Carmencita», consecuencia de otra frase sorprendente de mi abuelo que decía: «hay que vender hasta al que no paga, al menos hará publicidad de la marca y vendrán otros clientes que sí pagarán».

Los vendedores eran los reyes, las piezas fundamentales del engranaje de la empresa. Lo sabía muy bien nuestro abuelo. Él fue el primero que, en el lejano 1919, y con el afán de abrir horizontes más allá de la puerta de su casa, tuvo la osadía de meter en una maleta los envases de azafrán de papel que fabricaba a mano nuestra abuela Carmen, coger un tren y pararse en la primera estación: Murcia. Sin ninguna experiencia comercial. Ni siquiera sabía a quién tenía que vender, por lo que en los mismos andenes empezó a ofrecer su mercancía a la gente que se le cruzaba. Poco a poco se fue por el buen camino, hacia las tiendas de ultramarinos, luego pasó a almacenes más grandes que abastecían a esos comercios… Los inicios son así. Mi abuelo no imaginaba en esos momentos que «Carmencita», marca pero también nombre e imagen de su querida hija mayor, se convertiría años más tarde en una empresa líder en España. Su obsesión era vender y terminar el día con suficientes pedidos, cubrir gastos y ganar algo de dinero para volver a comprar azafrán y continuar su frenética actividad. Era un trabajador nato, en una época donde la palabra, la mano y el honor bastaban para cerrar un trato de venta.

Como los médicos, el vendedor nace, no es una profesión, es una vocación. La personalidad del buen vendedor se forja en la noche de los tiempos, en la soledad de una triste habitación de hotel, entre el zumbido de la televisión en voz baja, el murmullo de las conversaciones lejanas y entre sueños solitarios de carretera y manta con música de motor camionero. No hay ninguna soledad que se le pueda comparar, ni siquiera la del corredor de fondo, corriendo en soledad encuentras paz, en esa habitación solo hay vacío. Una vez colgado el teléfono (ahora móvil), el recuerdo de la familia se vuelve a diluir ante los problemas del día, las ventas conseguidas, las ventas perdidas, las visitas que atender a la mañana siguiente… De nuevo esa sensación de que tus clientes se convierten en la única referencia humana de la semana, de que ellos son de lunes a viernes como esos conocidos que, al igual que la comida de los bares de carretera, se sirve en breves dosis. En esos pocos minutos en los que vendedor y cliente están frente a frente, debemos aprender a descubrir cómo piensa esa persona, cómo podemos llegar a caerle bien, qué espera de nosotros y de nuestro muestrario («monstruario», como decía un compañero) y, sobre todo, debemos tratar de que ese producto sea de su agrado, obteniendo así el esperado premio de la venta concluida. Amigos de cartón, que en ocasiones –pocas- se convierten en amigos de verdad.

Cuando yo me incorporé a la compañía familiar, siendo muy joven y dejando los estudios colgados, lo primero que pensé fue que quería ser «vendedor». No me cabía en la cabeza otra cosa, el departamento de ventas era la envidia de la empresa, disfrutaban de viajes, gastos pagados, comidas, hoteles, emociones nuevas, aventuras, conocer gente y, sobre todo, la posibilidad de poder vivir la vida al mismo tiempo que se trabajaba. Aparentemente era un paraíso. Los compañeros de la oficina y de la fábrica vivían con tristeza el paso de las horas y de los días, encerrados en las mismas cuatro paredes, deseando, quizá, la vida «libre» de los viajantes, aquellos que siempre tenían la sonrisa por bandera, la maleta preparada y vivencias para dar y vender. Cuando llegaba el fin de semana, el comercial entregaba eufórico su bloc de pedidos completo, una fiesta. Nadie en la empresa valoraba el sobreesfuerzo realizado por esos compañeros para conseguir el objetivo; siempre quedaba lo superficial en el ambiente: lo bien que lo habían pasado, lo mucho que disfrutaron y lo bien y mucho que habían comido… «Las gambas que hay que comer, para llevar un plato de lentejas a casa», decía con gracia nuestro representante andaluz.

Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que realmente el trabajo de vendedor es el más duro que pueda existir: había que enfrentarse diariamente a una verdadera partida de ajedrez, con la dificultad de que tu contrincante cambia unas veinte veces al día y la competencia va moviéndote por detrás las fichas y el tablero. Durante la primera mañana de mi nueva e ilusionante vida de aventuras ya añoraba esa lúgubre oficina en la que duré apenas dos semanas. Echaba de menos la tranquilidad de estar siempre en un mismo lugar, de tener tus esquemas diarios prefijados y el sosiego que produce ver siempre las mismas caras, aunque parezca mentira. La primera mañana de esa vida de vendedor es cuando más solo te sientes, cuando descubres lo mucho que añoras a los tuyos, cuando compruebas que la vida de tus seres queridos pasa sin ti, que tu ausencia al principio se nota, pero que poco a poco la familia se va acostumbrando y la soledad te envuelve. Te envuelve, te fortalece y te hace aprender más que cualquier Universidad. Es la parte buena. El vendedor se gradúa con matricula de honor en la escuela de la vida.

A la mañana siguiente, vuelta al punto de partida, porque la vida del viajante es una constante carrera sin meta. Siempre se empieza de cero. Ante un lugar desconocido que vamos a visitar, ante un nuevo cliente, ante una tienda y un espacio con el que tenemos que enfrentarnos cada nueva jornada, todo es nuevo, todo es desconocido. El escenario te cambia varias veces al día sin previo aviso. Es el trabajo más camaleónico que existe, es el oficio más difícil que se puedan imaginar, y es la actividad que más huella deja en las personas, por desgracia en muchos casos imborrable. Es, además, una profesión con una imagen frívola, que ya va siendo hora que se valore y reconozca como se merece. Por ese motivo, cuando veo a un vendedor en acción me paro a verle actuar, a intentar descubrir su método, a aprender algo más, y me invade una sensación de consideración y cariño hacia él. Por supuesto, cuando recibo a alguien que nos quiere vender algo, lo que sea, le atiendo siempre como me gustaría que me atendieran a mí, ni más ni menos, y siempre desde el respeto y la admiración.

Y lo hago así porque sé de primera mano que, cuando llega el fin de semana y se despiden hasta el lunes siguiente, esos compañeros se llevan a sus casas todos los reveses, las situaciones grotescas, la soledad enquistada en su alma. Y no pueden desligar esas sensaciones amargas del disfrute de la familia, de los amigos, de los abrazos que se dejaron a medias con los hijos, de los besos que se quedaron en la punta de los labios de nuestra amada.

El lunes por la mañana, de nuevo, el vendedor volverá a forzar una amplia sonrisa ante el espejo, la mejor sonrisa, esa que hay que poner cada vez que le dan (y nos dieron) con la puerta en las narices.

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11 COMENTARIOS

  1. Felicidades, el artículo es muy bueno y hace un homenaje merecido a los viajantes

  2. Enhorabuena Jesús, como comercial, viajante, representante… o como se nos quiera llamar, en definitiva como vendedor, me siento orgulloso día a día de mi trabajo. Hoy además, me siento identificado totalmente con estas letras que acabo de leer, me siento orgulloso de tus palabras y comparto todas las frases. Muchas de ellas, las he dicho y escrito yo mismo en muchas ocasiones, la que más, por que refleja exactamente mi vida, es que el día a día del vendedor te hace aprender más que cualquier Universidad. El vendedor se gradúa con matricula de honor en la escuela de la vida. Gracias por este homenaje a todos los que como yo, y como muchos, nos levantamos cada día a recorrer el mundo sin saber lo que nos vamos a encontrar, pero con las ganas y la ilusión de vivir todo lo que se nos ponga por delante. Hoy has hecho que yo, y creo que muchos, nos sintamos orgullosos de esta profesión sin título, la única que no se aprende en ninguna facultad, de las pocas que no tienen carrera universitaria, una profesión que se aprende en la calle. Sí, en la calle, en ese mismo sitio donde se aprende a vivir, donde se aprende a convivir, donde se aprende a ser persona, donde se descubre el amor y donde uno demuestra quién es, por que en la calle, todos somos iguales. De nuevo, gracias por estas palabras que han alegrado la tarde de sábado a un vendedor de azafrán, después de un viernes donde el cuaderno de pedidos no llega todo lo repleto que a uno le gustaría. Gracias.

  3. Felicidades Sr. Navarro, aunque no tengo el gusto dle conocerlo en persona, si que sigo con interés todos los artículos que publica, y me suelen gustar todos, pero este tiene una connotación especial porque yo soy vendedor. Enhorabuena

  4. Todos somos vendedores, tanto en la vida personal (vendemos nuestra buena imagen, vendemos nuestras filosofias de vida a nuestros hijos, nos vendemos así mismo), y e la profesional, (en cualquier profesión tienes que vender lo que hacer). FELICIDADES

  5. Yo he sido vendedor prácticamente toda mi vida, y estoy con lo que nos narra Jesús; la gente se piensa que vivimos de p… madre y la verdad es que las penalidades, la zozobra, el desencanto, están presentes en la mayoría de las ocasiones. Pero como dice, el viaje llega a crear adicción, porque lo que vives y aprendes en él, no tiene parangón.

  6. Suscribo en su totalidad el srtículo. La vida de viajante es muy dura y a la vez muy gratificante.

  7. Estoy deacuerdo. Las esposas también sufrimos estóicamente la soledad de la falta de nuestro compañero al meternos a la cama. Ahora aún existen los móviles que hace 20 años no existían y la comunicación era más dificultosa, y es que mi marido se iba un mes entero. Un abrazo a todas las mujeres de los viajantes.

  8. «Si por vender tengo amigos y los pierdo por cobrar, para evitar enemigos lo mejor es no vender» . Tiene Razón Jesús, lo más dificil del mundo es vender y además cobrar.

  9. Hay que diferenciar. Ahora no hay viajantes, hay «COMERCIALES», buenos coches, teléfono móvil, ordenador portátil, hoteles en condiciones, antes, autobús en el mejor de los casos 600 o 127, teléfono lpara llamar a casa cuando llegabas al hotel día sí y día no, para no gastar mucho, hoteles no, pensiones y ordenadores portátiles tampoco, «Bloc de pedidos». No es lo mismo, como diría Alejandro Sanz. Felicidades, me ha gustado el artículo

  10. Estoy deacuerdo con todos los comentarios anteriores, uno puede tener la profesión que quiera y el negocio que quiera, pero si no lo sabe o no se sabe vender, no le vale para nada. Todos somos de uno u otra manera vendedores de algo, material o inmaterial. Enhorabuena por el artículo.

  11. YO QUIERO HABLAR DE LAS ESPOSAS Y LOS HIJOS DE LOS VIAJANTES. Soy hija y esposa de viajante (de mármol) y creo que cuando un miembro de la familia se mete a viajante, todos nos metemos a viajante. En mi caso cuando mi padre o posteriormente mi marido volvían de viaje pásabamos largos y buenos ratos hablando de lo que le había pasado en el viaje, los problemas, las anecdotas, nuevos amigos, etc. Por otro lado si el viajante sufre la soledad de las habitaciones de los hoteles, la mujer sufre también la soledad de la alcoba. Muy bonita la carta Jesús.

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