Art. de opinión de Jesús Navarro Alberola

«La pizza solidaria»

Uno de los pocos edificios que quedaron en pie en Puerto Príncipe tras el devastador terremoto que asoló Haití el pasado 12 de enero, fue el que albergaba una pizzería. En medio de la miseria, rodeados de cadáveres que se descomponen en el peor de los olvidos, hundidos en la más cruel de las tristezas, los dueños de esta prestigiosa pizzería siguieron haciendo lo que mejor sabían desde hace décadas: preparar pizzas. Pero esta vez repartiéndolas gratis, a razón de mil por día, entre la población necesitada. Adelantándose a los EE.UU. y a la ONU, los dueños del restaurante organizaban colas para abastecer a los vecinos y así evitar aglomeraciones. Realmente, son estas pequeñas cosas, como cantaba Serrat, las que nos hacen llorar cuando nadie nos ve.

Todo un ejemplo para el mundo.

Al igual que podríamos serlo todos los españoles, que sin dudar y aun a pesar de sufrir una de las crisis económicas más duras de nuestra historia reciente, nos hemos lanzado a colaborar con Haití. Cada uno con sus medios y posibilidades: ir hasta allí para afrontar la catástrofe como médico, como bombero o como periodista (la solidaridad se mueve por imágenes e información), enviar un donativo con el móvil o desde nuestra cuenta del banco, o simplemente no cambiando de canal ante la barbarie. Al contrario que en otras ocasiones, ahora hemos visto las imágenes de un país destrozado, de esos niños que se han convertido en niños de la calle, sin padres ni hogar; hemos visto las imágenes de todo un pueblo que no tiene nada que echarse a la boca. Las hemos visto y hemos actuado de inmediato.

Esa es nuestra solidaridad: aprender a quejarnos un poco menos para darnos a los demás, a los que verdaderamente lo necesitan. Haití era el país más pobre de América. Ahora, tras el terremoto, puede que se haya convertido en el país más pobre y endeudado de la tierra. La sociedad entera, como ejemplo de que un mundo mejor es posible, ha colaborado sin dudarlo ni un momento. No así los gobiernos que, aturdidos por la magnitud de la tragedia, se paralizan y, como siempre, empiezan a actuar por detrás de los ciudadanos. Ahora mismo se debate en la Conferencia de Montreal si condonar o no la deuda histórica de un billón de dólares a Haití para hacer así más rápida y sencilla la reconstrucción del país, una reconstrucción que va a costar muchísimo más de lo que ya debe. De no perdonar esa deuda, Haití estaría aún más endeudado con el Primer Mundo y no podría reconstruirse con las estructuras necesarias que afiancen sus edificios y un gobierno que garantice la seguridad de sus ciudadanos. Eso quiere decir que si no levantamos la mano ante situaciones trágicas como la vivida en las Antillas, el Tercer Mundo seguirá endeudado para siempre. Sin embargo, si se le perdona la deuda histórica a todas las naciones pobres, para que de este modo todos puedan comenzar desde cero a forjarse el destino por su propia cuenta… Es pura utopía, ¿verdad?

El primer paso está dado: la solidaridad del mundo ha hecho que, desde el trágico suceso, nadie se haya olvidado de Haití ni un instante. Esperemos que los Gobiernos hagan lo mismo. Será un examen que tendrán que pasar ante los ojos de la población mundial y de la Historia. Ojalá obtengan buena nota.

De momento, la pizzería de Haití se ha adelantado y ha marcado la dirección adecuada. Su emocionante gesto solidario quedará marcado para siempre en la memoria de los haitianos. Y en el mundo, a partir de ahora, la pizza tiene un ingrediente más: la solidaridad.

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