Art. de opinión de Plácido Ferrándiz

Reflexiones bíblicas a propósito de Haití

Estos días se han podido leer en los periódicos varios artículos ofreciendo la explicación geológica del terremoto de Haití. Parece ser que el seísmo se produjo a lo largo de dos placas tectónicas: la placa del Caribe, que se desplaza hacia el Este, en relación con la placa de América del Norte. La Española, la isla que comparten Haití y República Dominicana, es recorrida por dos grandes fallas. Este terremoto ocurrió en la falla del sur, la falla Enriquillo-Jardín de Platano. De acuerdo con unas estimaciones preliminares, la ruptura comenzó a unas seis millas por debajo de la superficie, y el epicentro a unos 16 kilómetros de la capital.

El disparo fue la acumulación de energía en las placas. Dado que no ha habido un gran terremoto en este sistema de fallas en 200 años, la cantidad de energía acumulada -y consecuentemente liberada con el movimiento de las rocas- ha sido enorme. Tal parece que hasta 96 kilómetros de la falla cedieron, lo cual no sólo originó el primer terremoto sino que también generó más de una docena de réplicas de 5 o más grados en la escala Richter (tomado de http://www.ecologiablog.com).

A esta explicación ‘natural’, también se añade la reflexión acerca de ‘las fallas sociales’ que sufre ese país, uno de los más pobres del mundo, castigado por una atropellada historia: colonización española, colonialismo esclavista francés, guerra descolonizadora contra Francia, invasión norteamericana, dictadura, golpes de estado, insurrecciones, intervención de la ONU… Está claro que las consecuencias de un terremoto no son iguales en un país como Japón que en Haití.

Por detrás y más abajo de estas explicaciones naturales y sociales, para quien quiera escuchar, la biblia ofrece más información. Génesis y la carta a los Romanos nos dicen que la Humanidad está puesta por Dios como cabeza de toda su Creación, y que el destino de la Creación está indisolublemente unido a las decisiones humanas. La Humanidad, en lugar de elegir vivir en dependencia de su Creador (comer del ‘árbol de la vida’), eligió y elige vivir independientemente y contra su Creador (comer del ‘árbol del conocimiento del bien y del mal’). Siendo Dios la Fuente de la Vida, la desconexión de la Fuente de la Vida ha introducido en la Creación el veneno de la muerte. La tierra, debido a esta decisión humana, quedó maldita (Génesis 3,17). Independizarse del Creador conlleva sus consecuencias, lleva en sí mismo su propio castigo. Cuando la Tierra abrió su boca para ‘tragar’ la sangre del primer asesinato de la Historia (el de Abel a manos de Caín), esta condición maldita de la Tierra se profundizó (Gn 4,10-12). Y ha ‘tragado’ mucha sangre y maldad la Tierra desde entonces.

El profeta Isaías confirma esta conexión entre la desobediencia humana y la maldición de la Tierra: “La tierra está de duelo, se reseca; el mundo languidece, se reseca. Languidecen los grandes del pueblo de la tierra. La tierra ha sido profanada por sus habitantes, porque han transgredido las leyes -de Dios-, han falseado el derecho y han quebrantado el pacto eterno. Por esta causa una maldición ha devorado la tierra, y los que la habitan son culpables. Por esta causa se consumen los habitantes de la tierra, y quedan muy pocos seres humanos” (24,4-6).

Pero no pensemos que los haitianos son peores que nosotros, Jesús dice una palabra muy seria a propósito de otras desgracias ocurridas en su tiempo
, pero que valen para nosotros: “¿Pensáis que ellos habrán sido más culpables que todos los hombres que viven en Jerusalén – digamos hoy ‘Novelda’ -?. Os digo que no; más bien, SI NO OS ARREPENTÍS, todos pereceréis de la misma manera” (Lucas 13,1-5).

“Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores” (C.S. Lewis).

Dios no provoca los desastres naturales y humanos, pero los usa en su sabiduría y misericordia para despertarnos, para advertirnos, para llamarnos a conversión: a espaldas de la Fuente de la Vida, todos pereceréis. Dios no quiere la muerte de nadie, sino que todos se conviertan y vivan. No hablamos de la muerte física, que a todos nos llegará de un modo u otro, y que es sólo un tránsito, sino de lo que la biblia denomina ‘la muerte segunda’: una existencia eterna frustrada por quedar separada de la comunión con Dios, que es Vida eterna, para la cual fue creada, diseñada y destinada.

Jesús, el Hijo de Dios, dijo: “Yo soy la Vida” y “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”. El Dios que hizo este universo vino a este mundo, pero el mundo no le conoció ni le recibió. El Eterno e Inmortal vino como hombre a la Tierra maldita para compadecerse de sus enemigos, cargó sobre sí nuestro destino de muerte, pagó por nuestras maldades, sufrió la muerte y el infierno en nuestro lugar, y fue levantado de entre los muertos para inaugurar una Nueva Humanidad, una Nueva Creación; de todos los beneficios ganados por Cristo en su muerte y resurrección pueden participar todos aquellos que le reciben, que creen en su Nombre.

Jesús vino una primera vez en humildad, y hay un tiempo para recibir su oferta de salvación, “Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y si crees en tu corazón que Dios le levantó de entre los muertos, te salvarás… Todo aquel que invoque el nombre del Señor se salvará” (Romanos 10,8b-9).

Pero Él va a venir una segunda vez como está profetizado, y será en poder y gloria, juzgará a cada ser humano por sus hechos, y establecerá definitivamente su Reinado de justicia y de paz para toda la Creación. “Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino. HABRÁ TERREMOTOS por todas partes. Habrá hambres. Estos son principios de dolores” (Marcos 13,8). “Porque como el relámpago que resplandece ilumina el cielo de un extremo al otro, así también será el Hijo del Hombre en su día. Pero primero es necesario que él padezca mucho y sea rechazado por esta generación. Como pasó en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre: Ellos comían y bebían; se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos. Asimismo, también será como pasó en los días de Lot: Comían, bebían, compraban, vendían, plantaban y edificaban; pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos. Así será en el día en que se manifieste el Hijo del Hombre” (Lucas 17,24-30). “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria y todos los ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria; y todas las naciones serán reunidas delante de él. El separará los unos de los otros, como cuando el pastor separa las ovejas de los cabritos; y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda… (recomiendo leer lo que sigue en Mt 25,31-46).

Por si alguien necesita una ayuda acerca de la confiabilidad de estas profecías de Jesús, debe saber que Jesús profetizó también la destrucción de Jerusalén y del Templo por los romanos más de 30 años antes de que ocurriera. Ocurrió en el años 70 de nuestra era.

Dios tiene mucha paciencia porque quiere que todos los hombre se salven. Da tiempo. Avisa una y otra vez. “Por eso, aunque antes Dios pasó por alto los tiempos de la ignorancia, en este tiempo manda a todos los hombres, en todos los lugares, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el que ha de juzgar al mundo con justicia por medio del Hombre a quien ha designado, dando fe de ello a todos, al resucitarle de entre los muertos” (Hechos 17, 30-31).

¡Ojalá escuchéis hoy Su Voz, queridos paisanos noveldenses!.

(Para quien desee conocer más del cristianismo bíblico: 654 54 53 83,
http://pueblodediosennovelda.spaces.live.com)

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