Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

Un Gen Genial

Un equipo de científicos alemanes e ingleses, descubrió, hace poco, el gen responsable de nuestra capacidad de hablar. El gen FOXP2, situado en el cromosoma 7, que solo el hombre tiene en todo el reino animal. El responsable no es el gen, sino una variación que en él se produjo, hace 200.000 años. Un gen reciclado, que nos hizo, independientemente de otros enfoques religiosos y filosóficos, inmortales. O aproximadamente. Por lo menos, y repito, al margen de metafísica alguna, muy duraderos. Titulares posibles de eso que llamamos la posteridad. Si no nosotros, nuestras obras. Porque desde que hablamos, somos personas y permanecemos. Primero por transmisión oral y luego escrita. El habla nos metió en el tiempo, nos convirtió en personalidades durables. En seres históricos. En autores de cosas que no mueren.

Gracias al citado gen, que no compartimos con bicho alguno del planeta, mutado hace doscientos millares de años, el hombre estrenó la comunicación, esa cosa que no sabemos en qué acabará pero que a estas alturas ya nos tiene endiosados entre las inmensas posibilidades de internet. Universalmente intercomunicados. Y todo por la variación ocasional de un gen que determina los movimientos de nuestro rostro y mandíbulas, el alargamiento de nuestra faringe y hasta de ciertas dificultades al tragar o disposición al atragantamiento, por culpa de nuestra rara condición fonadora, tan próxima, mecánica y fisiológicamente, a la digestiva. Comemos, respiramos y hablamos, de manera tan próxima. Parece un defecto de fábrica…

La Biblia dice que en el principio era la Palabra. La Palabra era Dios. Y nosotros hubimos de esperar 198.000 años a que esta, viniese a acampar entre nosotros, siendo ya hombres, luego de aprender a utilizar las nuestras y perfeccionarlas. Esperar a que viniese su Hijo a hacerse Hermano nuestro, a decirnos las suyas y a enseñarnos, con el Padrenuestro, cómo hablarle al Padre. Los tiempos, en el calendario creacional, apestan a infinito. Todo esto estaba inscrito en el Big Bang, ese Génesis científico.

Gracias a ese gen y su variación oportuna, podemos contar hoy con el milagro de San Juan de la Cruz, con su fabuloso modo de hablar con Dios, balbuciendo genialidades desde el prodigio de nuestra capacidad verbal, hija de ese gen al que debemos, también, detallitos como Platón, Aristóteles, Homero, Cervantes, Dante, Sahkespeare…San Juan de la Cruz que, pese a su genial don de la palabra, iba, vocacionalmente, para cartujo, para callado y silencioso, para no hablador…¡Qué inmenso error si se hubiera consumado su voluntad de profesar sin palabras ! Gracias a Dios, se cruzó Santa Teresa para llevárselo a su Carmelo. Donde se hablaba a Dios con palabras…

Debemos a ese gen, sobre todo, el modo como el amor de la madre se traduce en sonidos articulados que resuenan en el alma del hombre, ya adulto, hasta más allá de la muerte. De la muerte materna y aun de la propia. Las palabras de la madre nos configuran el alma. El hijo ciego ve a la madre en sus palabras. La palabra de la madre es la continuidad de su cordón umbilical, luego de nacidos, de metidos en un mundo que no soportaríamos sin su acordado sonido. Gracias a la madre somos. Pero somos mucho más de lo que pensamos. No solo nos trajo al mundo. Nos instaló, con las suyas tan dulces y formadoras, en el de las palabras, esa sustancia de Dios, Dios mismo, en el Principio, según el Libro. Y en el de los libros, esa inmortalidad de celulosa. Esa otra suerte de entidad divina en que acaban los árboles, después de fabricar oxígeno y dar flores y frutos…

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