Cuestión de gustos
No me gustan los grandes centros comerciales, aunque eso no quiera decir que no vaya, de vez en cuando, a alguno de ellos, (la mayoría de veces por que lamentablemente para ciertos menesteres hoy en día no tienes más remedio que ir a morir allí). Siempre las mismas tiendas, los mismos restaurantes de comida rápida, las mismas franquicias… y como vayas en días y horas potencialmente comerciales, las mismas aglomeraciones, el mismo ruido ensordecedor, el mismo desorden en ciertas tiendas; vamos, que si no fuera por alguna diferencia estética y/o arquitectónica no sabrías distinguirlos unos de otros.
En fin, no es esa la idea que yo tengo de cómo disfrutar de mi escaso tiempo libre; pero, por supuesto esto es una opinión y un sentimiento propio, respeto a quienes sí que les gusten estos centros y entiendo sus motivos, faltaría más, cada uno con su dinero y su tiempo libre hace lo que le viene en gana, respetando siempre a los demás, obviamente.
Pero, en resumidas cuentas ¿qué intenta representar un centro comercial? Esta claro, una pequeña ciudad dentro de una inmensa y fría nave comercial, con sus calles llenas de tiendas y de restaurantes, con sus parques, sus cines, sus rincones y recovecos, en fin, una pequeña ciudad pero viva, alegre, dinámica, con gente paseando por sus calles. Y doy fe que, en algunos casos ¡¡hasta lo han conseguido!!; eso sí, con mucho menos encanto que una auténtica ciudad.
Todo esto me hace reflexionar y me asalta una pregunta: ¿Qué hemos hecho mal para que las personas prefieran estas inmensas y frías naves comerciales, antes que pasear y disfrutar de nuestras ciudades? Se me ocurren varias repuestas, pero principalmente una: hemos dejado morir de pena las ciudades. ¿Y por que ha sucedido esto? Pues, se me vuelven a ocurrir varias respuestas, pero no creo que sea el momento de comentarlas; eso sí, quiero decir que en la mayoría de ellas no salen muy bien parados los políticos, en unos casos por dejadez, en otros por ineptitud y en otros por oscuros intereses. Pero no todo va a ser culpa de los políticos. Llegados a este punto quiero hacer un poco de autocrítica: también los comerciantes hemos puesto nuestro granito de arena para que esto ocurra. En muchos casos no hemos sabido adaptarnos a los tiempos que corren, en otros, gracias a Dios en pocos, ni siquiera lo han intentado. Y por último, no quiero olvidarme en este reparto de culpabilidades del ciudadano de a pie, que al fin y al cabo somos todos, por nuestro pasotismo, nuestra resignación y por consentir que esto suceda.
Y es que no lo puedo evitar, soy un fiel amante de las ciudades. Me encanta pasear por sus calles, ya sean amplias y equipadas avenidas o encantadores y enrevesados callejones del casco antiguo, mirar los magníficos y cuidados escaparates de los comercios, descubrir nuevas y hermosas fachadas, disfrutar de su olor, de su vida y como no, reponer fuerzas en alguno de sus típicos bares o elegantes restaurantes.
Pero, para que una ciudad tenga este encanto es imprescindible, entre otras muchas cosas, el comercio local, llenando de luz y color sus calles, aportando frescura e ilusión a su cotidiana rutina y, hablando en términos más fríos, creando riqueza y puestos de trabajo. Por eso hay que cuidar el comercio local, porque recíprocamente él cuida de nuestras ciudades. Y es que no hay comercio sin ciudad, ni ciudad sin comercio.