Art. de opinión de José Zamora Hurtado (Presidente de Comercio de Novelda Asociado)

Cuestión de gustos

No me gustan los grandes centros comerciales, aunque eso no quiera decir que no vaya, de vez en cuando, a alguno de ellos, (la mayoría de veces por que lamentablemente para ciertos menesteres hoy en día no tienes más remedio que ir a morir allí). Siempre las mismas tiendas, los mismos restaurantes de comida rápida, las mismas franquicias… y como vayas en días y horas potencialmente comerciales, las mismas aglomeraciones, el mismo ruido ensordecedor, el mismo desorden en ciertas tiendas; vamos, que si no fuera por alguna diferencia estética y/o arquitectónica no sabrías distinguirlos unos de otros.

En fin, no es esa la idea que yo tengo de cómo disfrutar de mi escaso tiempo libre; pero, por supuesto esto es una opinión y un sentimiento propio, respeto a quienes sí que les gusten estos centros y entiendo sus motivos, faltaría más, cada uno con su dinero y su tiempo libre hace lo que le viene en gana, respetando siempre a los demás, obviamente.

Pero, en resumidas cuentas ¿qué intenta representar un centro comercial? Esta claro, una pequeña ciudad dentro de una inmensa y fría nave comercial, con sus calles llenas de tiendas y de restaurantes, con sus parques, sus cines, sus rincones y recovecos, en fin, una pequeña ciudad pero viva, alegre, dinámica, con gente paseando por sus calles. Y doy fe que, en algunos casos ¡¡hasta lo han conseguido!!; eso sí, con mucho menos encanto que una auténtica ciudad.
Todo esto me hace reflexionar y me asalta una pregunta: ¿Qué hemos hecho mal para que las personas prefieran estas inmensas y frías naves comerciales, antes que pasear y disfrutar de nuestras ciudades? Se me ocurren varias repuestas, pero principalmente una: hemos dejado morir de pena las ciudades. ¿Y por que ha sucedido esto? Pues, se me vuelven a ocurrir varias respuestas, pero no creo que sea el momento de comentarlas; eso sí, quiero decir que en la mayoría de ellas no salen muy bien parados los políticos, en unos casos por dejadez, en otros por ineptitud y en otros por oscuros intereses. Pero no todo va a ser culpa de los políticos. Llegados a este punto quiero hacer un poco de autocrítica: también los comerciantes hemos puesto nuestro granito de arena para que esto ocurra. En muchos casos no hemos sabido adaptarnos a los tiempos que corren, en otros, gracias a Dios en pocos, ni siquiera lo han intentado. Y por último, no quiero olvidarme en este reparto de culpabilidades del ciudadano de a pie, que al fin y al cabo somos todos, por nuestro pasotismo, nuestra resignación y por consentir que esto suceda.

Y es que no lo puedo evitar, soy un fiel amante de las ciudades. Me encanta pasear por sus calles, ya sean amplias y equipadas avenidas o encantadores y enrevesados callejones del casco antiguo, mirar los magníficos y cuidados escaparates de los comercios, descubrir nuevas y hermosas fachadas, disfrutar de su olor, de su vida y como no, reponer fuerzas en alguno de sus típicos bares o elegantes restaurantes.

Pero, para que una ciudad tenga este encanto es imprescindible, entre otras muchas cosas, el comercio local, llenando de luz y color sus calles, aportando frescura e ilusión a su cotidiana rutina y, hablando en términos más fríos, creando riqueza y puestos de trabajo. Por eso hay que cuidar el comercio local, porque recíprocamente él cuida de nuestras ciudades. Y es que no hay comercio sin ciudad, ni ciudad sin comercio.

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