A menudo nos da la sensación de que todo lo que tenemos está ahí por sí solo, de que las personas a las que queremos son así de maravillosas porque no podrían ser de otra manera, y de que las cosas que disfrutamos han estado siempre y sin que nadie hubiese intervenido.
Pero conviene recordar que somos lo que somos, las buenas personas son como son, los objetos y servicios que nos facilitan la vida, todos y todo son consecuencia del hacer, del trabajo y la sabiduría de los que nos precedieron.
Sí, hoy o cualquier día, en cualquier momento, es buen momento para agradecer a nuestros mayores su esfuerzo y dedicación, su empeño y valentía, su fe en el futuro, su paciencia y honestidad, su ejemplo y audacia, su lucha y amor…, ellos hicieron posible lo que parecía una quimera, una sociedad un poco mejor, con sudor y lágrimas, que han dado forma a sus cayos y arrugas, bellas señas de lo mucho que se ha vivido.
Sin embargo y a pesar de que les debemos todo, habitualmente se desprecia sus opiniones, se les arrincona cuando ya no pueden mantener el ritmo frenético del día a día, pero en realidad nos vendría mucho mejor a todos frenar un poco y acomodar el paso a un ritmo que permita progresar con paso firme, pero sin lanzarnos al vacío de lo nuevo por el mero hecho de que parezca nuevo, de moda o excitante.
Seguro que no es suficiente que hoy dedique estas líneas a agradecer todo lo que nos han dado los más ancianos y sabios de Novelda, y con permiso de ellos, sobre todo de ellas nuestras abuelas y madres, cuyo sacrificio y entrega nunca se podrá describir con palabras.
Solo me queda desear que las generaciones venideras vean con más claridad que la mía y lo reconozcan e imiten, el ejemplo de las personas que nacieron poco antes, durante o en la postguerra, y que nos han dejado un legado de saber superarse, perdonar y búsqueda de la concordia que parece algo a despreciar hoy en día.