El síndrome de Rebeca y la loca de la casa | Artículo de opinión Charly Rebel

La renuncia es el viaje de regreso del sueño…”

Andrés Eloy Blanco

“Una vez catalogados y estudiados se podrá acabar con ellos con toda tranquilidad, porque conocer es poder amigo cazafantasmas.”

Carmen Posadas

Es irónico que una vez me enamorara en la biblioteca de una facultad de filología donde se acumula tanta ficción. Porque es de ficción de lo que se alimentan estas criaturas fantasmagóricas que produce el desamor. Y cuanta más imaginación, más persistentes y resistentes al tiempo. Su perseverancia es directamente proporcional a mi falta de resiliencia.

Carmen Posadas nos da, en su manual para conjurar este tipo de fantasmas, consejos y técnicas para identificarlos y deshacernos de ellos; pero, por desgracia, hay libros que nos llegan tarde, y muchísimos que no nos llegarán nunca (ars longa vita brevis). Ya me advertía mi padre, desde muy niño, de lo importante y saludable que era leer. Y a medida que te vas haciendo viejo te das cuenta de la razón que tenía.

Desde muy joven me fascinó la película Rebeca de Hitchcock. Al principio pensaba que era por la trama, el misterio, esa atmósfera que tienen las películas en blanco y negro, la intriga, la música y su romanticismo. Pero no supe ver lo que me habría evitado muchos desvelos y nostalgias tóxicas. Me remuerde no haber leído El síndrome de Rebeca cuando se publicó 1988 porque me habría abierto los ojos del espíritu y me habría dado las armas para combatir uno de los más feroces fantasmas que se quedaron a vivir en la mansión Manderley de mi corazón. Me persiguió durante años por sus estancias y pasillos, no dejaba escuchar el mar que tan cerca tenía y no pude disfrutar de lo que querían contarme sus olas. Con el tiempo perdió fuerza pero seguía de guardia detrás de cualquier esquina de mi vida para abordarme con su abrazo agridulce y trágico cómico.  

Este fantasma es ahora casi un sombra desdibujada de lo que fue; pero a veces, como le pasaba a la protagonista de Rebeca, vuelve a Manderley (la mansión de Rebeca), que es una metáfora de mi subconsciente y me parece escucharle decir:

“Hola, viejo amigo. Soy el fantasma que turbaba y vaciaba de felicidad parte de tus mejores años y sueños. La loca de tu casa, tu imaginación, me creó. No fue culpa mía. He sido un tirano y un bufón. Te he robado momentos preciosos e irrecuperables. Los tengo guardados. De vez en cuando quemo alguno o te los dejo caer en sueños que luego no recuerdas. ¡Cuantas buenas oportunidades te perdiste por mi culpa! Solo puedo decirte que lo siento y que por lo menos te sirva de lección de vida para lo que te queda”

No me gusta mirar hacia atrás con ira. Lamentarse es energía despilfarrada y no soluciona nada. Dicen que escribir es una buena terapia para acabar con los fantasmas y otras neuras; y, como no quiero volver a lamentar no ver las señales que en su momento no vi, me voy a matricular en un taller de escritura creativa, por si esta vez me sirve para no dejar suelta a la loca de la casa e impedir así que haga de las suyas.

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