Artículo de opinión de Jesús Navarro Alberola
Esa famosa frase del español George Santayana de que «aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo» tiene hoy más vigencia que nunca. Vivimos reflejados en el espejo de la historia y este 2025 no es el futuro con el que soñamos y el que nos prometieron cuando niños. Las nubes de algodón que nos construyeron nuestros padres se están convirtiendo en tormentas y danas infernales y así estamos, más bien, en la cara oscura de aquel 1925 que únicamente podemos comprender buceando en los libros y en crónicas de la Historia.
Los felices años 20 que tan bien describió Fitzgerald en El gran Gatsby son la promesa de ese futuro esperanzador con el que Donald Trump se ha aupado hasta la presidencia de los Estados Unidos. Una cohorte de poderosos trabajando para que ellos mismos lo sean aún más, auspiciados por una masa trabajadora cada vez más empobrecida que jalea consignas y mensajes de tal simpleza que parecerían escritos para ser estampados en gorras y tuits si no supiéramos que son eso mismo.
Pero ese liberalismo brutal de Trump puede hacernos explotar tal como ocurrió hace cien años, en 1929, con la caída mundial de la bolsa, la gran Depresión (que trajo Las uvas de la ira) y unos años 30 que para Europa y el mundo significaron el ascenso de los fascismos. Porque lo sabemos, la historia lo ha dejado por escrito: una ola de pretendido superávit traerá resaca y, por debajo, los peligros de los totalitarismos.
Sé que Trump acaba de llegar, pero ya estuvo y parece que ahora va a pecho descubierto y sin caretas. De aquel muro con México que se quedó en promesa ha pasado a las deportaciones de inmigrantes, creando un pavor y un pánico inhumano en familias que solo buscan trabajar y tener un futuro digno.
Y queda Gaza, con una masacre que crea impotencia y vergüenza ajena cuando uno ve por televisión las terribles imágenes de niños rotos en una camilla o bebés muriendo de frío. O la guerra de Ucrania, un país que invade a otro y resulta que ahora es el ganador. ¿Cuál va a ser el próximo frente a esta legitimación de una agresión por la fuerza militar? ¿Polonia, Finlandia, Francia?
Creerse el amo del mundo no es una buena idea. Chaplin nos dibujó muy bien a El gran dictador, pero bien podrían ser Trump y Elon Musk quienes hoy se pasan el globo terráqueo de mano en mano. La ficción se hace realidad ante el espanto del mundo.
Estar a las puertas de la tercera guerra mundial cada cinco o seis años no nos ha enseñado nada? Pasó la Guerra Fría, que ahora vuelve pero en forma de aranceles. Pasó la carrera por conquistar el espacio, que es hoy la lucha por controlar satélites, los paseos espaciales y quizá la vuelta a la Luna y el estreno de Marte por los seres humanos. Pasó la amenaza comunista, pero hoy es el temor a cualquiera que no seamos nosotros.
Trump promete unos nuevos felices años 20, pero basados en encerrarse en sí mismo, amenazando a todo el mundo que no tenga el ADN de John Wayne, oficializando criptomonedas que él mismo patrocina y que se hinchan como suflés huecos, al estilo de la bolsa de 1929 y ese peligroso «que cada uno se salve a uno mismo» que ya empieza a oírse a este lado del Atlántico.
En una semana hay elecciones en Alemania. Espero no tener que acordarme de la frase de Santayana. Y es que siempre que aparece un personaje del estilo de Hitler, interviniendo estados para salvar patrias (llámese Le Pen, Meloni, Orbán o Milei), la idea es salvarse uno y a sus amigos. Pero para eso hay que conocer la historia, no tropezar con las mismas piedras y sospechar hasta de tu sombra si hace falta.
Espero que no tengamos que llegar a revivir las décadas de los 30 y los 40 del siglo XX en Europa y América. Que no tenga que venir otra Normandía que salve a Europa del infierno de los fascismos. Nunca olvidaremos el sacrificio de miles de soldados americanos. Esa es la América que quiere el mundo, la que Trump parece querer enterrar ahora bajo capas y capas de histrionismo. No lo conseguirá, claro, porque la grandeza de esos EE. UU. es mucho mayor que otros cuatro años más de este hombre. Alguien que, por desgracia, pretende dirigir la primera potencia económica mundial como si fuera una de sus empresas, olvidando que la política es la encargada de permitir que cada ciudadano sea capaz de alcanzar sus sueños de futuro. Confiemos en que todo esto no sea más que un sueño muy largo, una pesadilla de la que despertarse, pasar por la ducha y olvidar el mal sueño.
La obispa Mariann Edgar Budde se lo dijo a Trump: «Tenga misericordia, por favor». Hablaba de los inmigrantes y de las personas LGTB. También podemos tener esperanza en que cambie, en que, en algún momento, quizá entre golpe y golpe de golf, lea algo de historia y rectifique este rumbo diabólico que parece que nos conduce a una repetición de la historia del siglo XX.
George Santayana dejó otras frases para el recuerdo: «Los pies de un hombre deben estar en su país, pero sus ojos deben observar el mundo». Mejor nos iría a todos si nos aplicáramos ese cuento. Misericordia, señor Trump, misericordia.