Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

LUZ Y TIEMPO (II)

El tiempo tiene un principio físico e histórico. Empezó con el comienzo de la Creación. Con el estallido del Big Bang. La eternidad tiene una continuidad teológica. Ni antes ni después. Paralela a Dios. La eternidad tiene carne de Dios El tiempo tiene sustancia de hombre. El tiempo cabe en la eternidad. Como el hombre en Dios. La eternidad desborda el tiempo como Dios al hombre. Y cuando en la Encarnación, se disponen a coincidir durante exactamente un tercio de siglo, la eternidad está tan incómoda inscrita en el tiempo, como el tiempo, crecido, al albergarla en su limitado seno. Nunca este fue tanto ni aquella tan poco. Cristo fue una provisionalidad divina, humanizada. Y una humanidad compartida y, gracias a Él, devenida eterna.

Yo no se hasta qué punto son ortodoxas estas traslaciones cientifico-teológicas y piadosas en que mi corazón se hace fe y me fe se racionaliza. Mediante las cuales, la luz se me hace investigación y amor, realidad física y regalo místico, curiosidad pragmática y esperanza metafísica. En que lo natural se me hace sobrenatural. En que Dios es Luz y la luz es energía y colore y el color es Gracia y el primor de la belleza, electromagnetismo funcionando. Ya dijo Aristóteles que lo natural era sobrenatural. ¿Qué otra cosa, si no, hijo de Dios?

El tiempo también tiene su personal enfoque ontológico. El tiempo forma parte de este sistema cosmológico del azul y de la luz. Somos en el tiempo. Somos tiempo. Somos lo que cabe entre dos fechas. Inscritas, también ellas, en un mismo tiempo. Todo lo somos y hacemos en el tiempo. No siempre, a tiempo. Ese es un problema de oportunidad. Ninguna de nuestras actividades en la vida, de nuestras actuaciones históricas, hasta la mas insignificante, deja de ser datada y corresponder a una posibilidad documental. La expedición de un carnet de conducir es una constatación en los anales.

Lo que llamamos felicidad es tiempo. Y lo que sufrimos como desgracia. La felicidades un instante, una fracción de tiempo en que armonizamos con el universo, como sintonizando con todo lo creado. Una mini eternidad en que todo está bien. Siempre dura poco, porque el tiempo, se nos otorga escaso y medido. Es avaro de si mismo. Se da con disgusto y a regañadientes. No se regala. Exige adscripción moderada con lo breve y efímero. Así son las cosas.

La carne del tiempo está tan vinculada a los tejidos de nuestra existencia, que se podría afirmar, casi con absoluta exactitud, que somos lo que duramos, medido en años, meses, semanas, días y horas. La cantidad de tiempo que estamos en el tiempo.

Tan de nuestro propio linaje es el tiempo, que hay incluso maneras humanas e individuales de sentirlo, de aumentarlo, de hacerlo chico. De intentar detenerlo o estirarlo. El tiempo personal es un tiempo dentro del tiempo. Distinto, vario, complejo, singular. El tiempo de la esperanza es un tiempo vivo, ágil, alegre y transparente. Sin perjuicio de la edad de quien lo disfrute. Un tiempo que cuenta con más tiempo. O que se lo cree. El tiempo de la desesperación es una eternidad angustiosa. El tiempo del amor casi no es tiempo; vuela, se escapa; siempre es escaso. El tiempo de la muerte es una amenaza permanente. Eso que llaman, tan mal llamado, el tiempo material. Es como un paralelismo existencia nuestro, mayoritariamente hostil y contrario, peyorativo, salvo breves excepciones maravillosas. Como si, ordinariamente, se nos ofreciera a disgusto, de mala manera. Especialista en contravenir nuestros propósitos. Cuando “solo” queda media botella, esta se acaba enseguida. Cuando “aún” queda media botella, esta no se termina jamás. Corre cuando lo necesitamos quieto. Se atasca e inmoviliza cuando querríamos que cursase velozmente, que se fuera para siempre…Galopa cuando nos haría falta lento y estable. Pesa y se aquieta cuando querríamos que volase. Nunca está en armonía con la disposición y necesidad de nuestra alma. Se nos regatea cuando nos resulta necesario e indispensable. Y se nos impone, abundante, cuando lo piadoso sería que pasase a la velocidad de la luz. Hablo de sensaciones, naturalmente. Las sensaciones también son realidades, cosas que se sienten realmente. Todo pensamiento ha sido antes una sensación.

El tiempo no es, personalmente, fijo, contínuo ni homogéneo. El tiempo tiene sus “singularidades”, como dicen los físicos, en el alma de los hombres y las vicisitudes de su espíritu alteran las duraciones aparentes de su discurrir. No hay un solo tiempo moral o espiritual. Hay tantos tiempos como estados de ánimo. Todos somos de un tiempo que, por ejemplo, no es ya el de la madre. Creo que esta es la mas natural y hasta sobrenatural manera de definir nuestra circunstancia temporal, bastante trágica.

El tiempo es, para nosotros, a veces rígido, inflexible, otras elástico y adaptable y a veces, las menos, hasta cordial. Somos tiempo en el tiempo. Azul en el azul. Una porción de tiempo vivo, con fecha de caducidad, como los yogures. El tiempo es nuestro agujero negro existencial. Se nos traga continuamente. Tira de nosotros sin piedad. Nos hace mas sabios cuanto mas frágiles y se nos lleva cuando mas valemos y mejor experiencia hemos acumulado. Como si fuera aun pésimo negocio. El tiempo es una mala astilla de eternidad, atravesada en nuestro corazón. Y nosotros, un ahora equidistante de un antes y un después.

Hubo un tiempo en que mi tiempo era el tiempo de mi madre. Aquel fue mi gran tiempo germinal. El tiempo que informa y nutre todos mis tiempos posteriores. El primero y mejor de todos. Un tiempo pequeño, dentro de otro mas grande, hondo y cálido, entrañable, nunca mejor dicho. Aquellos nueve meses en que fui ella, en ella, con ella. En que en ella consistí, con sus pulmones respiré, con su sangre lavé los míos y con su pulso aprendí a latir. El tiempo en que fui una vida dentro de otra vida, paralela y comprensiva. En que fuimos dos vidas con un tiempo común. Compartimos el tiempo. Aquel tiempo era como mas largo. Daba mas de sí. La mitad para cada uno. A los casi trescientos días yo me metí ya en mi tiempo real e incómodo, tuve que aprender a tiempear por mi cuenta y ella siguió en el suyo, que había sido, provisionalmente, mío. De cualquier manera, el suyo y el mío fueron dos tiempos hermanos, paralelos, simultáneos. Aún me quedan y espero y deseo que jamás se disipen, barruntos de rescoldos de aquel tiempo. De aquella sensación de doble tiempo, compartido, tan próximo a nuestros dos corazones. Y digo dos corazones y no solo nuestros corazones, porque parecía que el suyo era también mío y que el mío era igualmente de ella. Mi corazón, que de la mano del suyo, aprendía a latir autónomamente y a sentir cordialmente.

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5 COMENTARIOS

  1. Otra vez, juntos, en N.D.

    Este artículo, 2ª parte del de ayer, me convence más a nivel moral. El tiempo es sumamente relativo. El principio de tu artículo, como siempre, está lleno de fé, la que a tí te sobra.

    Hoy, caminando y escuchando la radio, había un entrevistado en Onda Cero, catedrático de Fisiología por la Complutense de Madrid y no sé cuantos más méritos adquiridos en Universidades americanas. Es autor de un libro. No recuerdo exactamente el nombre, pero más o menos hablaba de la relatividad de Dios y de la imposibilidad de llegar a Él a través de la razón. Eso decía y no me ha parecido descabellado. Es una opinión acertada. Sin fé no se llega a Él.Pero me estoy apartando de tu artículo.

    Y nos vamos, dices, cuando más sabemos. Rigurosamente cierto.

    Y el tiempo es, a veces, rígido e inflexible. Otras elástico e,incluso, cordial. Son tus palabras y las comparto totalmente.

    Y preciosa la descripción que haces del tiempo que,todos, pasamos en nuestra madre. Extraordinaria descripción.

    En fin, gracias de nuevo, por volver a N.D. Muchos nos alegramos de tu regreso.

  2. Efectivamente Sr Galbis somos tiempo y formamos parte del tiempo, por eso me sorprende el escaso valor que le damos y la forma tán fácil de malgastarlo diariamente que tienen algunos seres humanos.Dicen que hay tiempo para todo pero existen demasiadas metas y sueños en la vida que no podemos alcanzar por falta de tiempo. Craso error por que si ignoramos el tiempo seguro que descubrimos que tenemos tiempo de sobra para todo,por ejemplo para comentar esta segunda parte de su excelente artículo.Como ha sido posible?, pues muy sencillo, he tenido tiempo de sobra para leerlo porque ni siquiera me he dado cuenta de la hora que es.Tiene usted raxón Sr Galbis, somos tiempo en el tiempo o sea algo trascendente y tambien podemos ser el tiempo de alguien como lo fuimos en el vientre de nuestra madre pero como decía Miguel de Unamuno procuremos ser más padres del porvenir que hijos de nuestro pasado.

  3. El tiempo señor Galbis; qué cosa más relativa. El segundo que es eterno y el minuto que nunca pasa.
    Quizá por sentir el tiempo de una manera muy parecida a como usted lo expresa en su reflexión considero que no he de dejar cosas sin hacer. Que quizá antes de terminar este comentario la parca pare mi reloj. Que vale la pena pecar de exceso.
    Encantado de haberle leído señor Galbis.

  4. No solo de la luz se hace investigación y amor, realidad física y regalo místico, curiosidad pragmática y esperanza metafísica. También el tiempo recoge todas las cualidades con las que usted perfila a la luz.

    Tiempo para perdonar, tiempo por apaciguar odios, tiempo para calmar almas dolidas, tiempo para amar, tiempo para curar heridas, tiempo para llorar, tiempo para reír, para emocionarnos, para vivir…

    Si, Luis, tiene toda la razón. Tan solo son fragmentos de segundos en los que te sientes realmente bien. Desaparecen efímeros pero su evidencia convierte la ausencia en anhelo
    .
    Crea en Dios, como compositor de los prodigios de luz y tiempo, porque creer le permite vislumbrar respuestas y con ellas paz y serenidad. Pero cédame el privilegio de creer, sin más, en el brillo de una mirada, en la gente de buen corazón, en el amor desinteresado, en la magia de una noche sin luna y en la luminosidad de un día soleado. Creer, sin atribuir exclusividad a Dios o a Dioses. Simplemente, fortificar mi creer en los sentimientos sinceros y aceptar los hipócritas e interesados para que no consigan desmoronar mis ideales.

    Cierto: la carne, nuestra materia física, está vinculada a los tejidos de nuestra existencia y medida con la tiranía del tiempo, pero me reconforta creer que somos algo mas, que perdura y no desaparece, como el amor de una madre, la esencia personal o el alma ligada a un recuerdo.

    Me ha maravillado su reflexión encabezada con esta frase; “Tan de nuestro propio linaje es el tiempo”, no puedo añadir nada más, porque lo ha bordado esplendoroso, Luis.

    Son muchos los párrafos que me extasían de su profundo artículo. No puedo quedarme con uno de ellos, porque desmerecería el resto, pero por complacerlo, cito unas de sus frases, repletas de sabiduría y contenido.

    “Somos tiempo en el tiempo”.
    “Nos hace más sabios cuanto más frágiles y se nos lleva cuando mas valemos y mejor experiencia hemos acumulado”

    ¿Y qué decirle Don Luis, de su homenaje al tiempo de una madre? Bello y muy hermoso. Solo usted es capaz de darle forma con palabras a los latidos del corazón.

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