Firma invitada: José Fernando Martínez «CHARLY» (edición impresa)

El tambor que suena solo

“Es más fácil que un tambor suene solo, que salgamos de la crisis y hayamos aprendido a no volver a caer en otra.” -dijo el señor Traste, en una conferencia de sabios cuánticos. También lo dijo porque él proviene de una tierra de tambores; aquellos que conjuraban a las fuerzas adversas de la naturaleza, los destinos del hombre y otros tipos de crisis. Y aunque ahora crean que no tiene nada que ver, lo cierto es que en el Japón antiguo a los viejos se los abandonaba a su suerte en la cima del monte Narayama; lo que se traducía en agonías inimaginables y otros horrores indescriptibles antes de una muerte forzosa que nadie entre los vivos jamás vio. Se hacía así para que no afloraran sentimientos de compasión. Ojos que no ven…

En “La Balada del Narayama” de Shohei Imamura se ilustra cinematográficamente, y con una fotografía que corta la respiración, los sentimientos de una vida trágica y cruel en la que no hay un resquicio para la piedad. En la película el valor heroico y anónimo de una campesina anciana al quitarse los dientes para que la abandonaran en el monte, nos muestra el sacrificio que ciertos seres humanos son capaces de sufrir para salvar a los demás.

Es en este ambiente, que no en el largometraje, donde se desarrolla una leyenda (que me gustaría relatarles de modo resumido), en la que un hijo muy piadoso, que no pudo soportar dejar a su padre en la montaña, lo escondió en una cueva que excavó junto a su casa. Pasado un tiempo, el señor del lugar necesitaba buenos consejeros para gobernar con inteligencia y eficacia (qué bien suena esto hoy en día) y convocó un concurso para ver quién era el más competente. La primera prueba consistía en hacer una trenza con cenizas. Nadie sabía cómo. El hijo compasivo le preguntó a su padre y éste le respondió que era muy fácil: “pon en una bandeja una trenza con cuerdas y quémala”. Hecho esto, el señor del lugar admitió a este hijo compasivo entre sus consejeros como premio a su gran inteligencia.

Al poco hubo otra prueba. Había que decidir qué parte de un tronco de madera negra y cilíndrico estuvo más cerca de la raíz del árbol. Tras mucho meditar, al final tuvo que consultar a su padre y éste le dijo con sonrisa de “es elemental”: “Coloca el trozo de madera en el agua, y, la parte que se hunda más, es la que estaba más cerca de la raíz.”

Esto acrecentó enormemente la fama del hijo hasta que, finalmente, se le planteó un problema imposible de solucionar: un tambor que sonara solo; sí, sin que nadie lo tocara. “Esta vez mi padre no me va a poder dar las solución, sólo con magia se podría resolver un imposible semejante”- pensó con desánimo. Acudió como siempre a su padre, y, para su sorpresa, el anciano le dijo que era muy fácil: “Ve al bosque y mete un panal de abejas dentro del tambor y éste empezará a sonar solo.”

Cuando el hijo fue a recibir los honores por su capacidad para resolver enigmas, le confesó al señor del lugar quién, en realidad, había dado las soluciones.
A partir de entonces los mayores fueron cuidados, respetados y atendidos como los sabios sin los cuales no se podía gobernar con inteligencia.

Y ahora el enigma más famoso de nuestro presente:

¿Cómo se sale de la crisis? ¿Habría que construir un mundo sobre la compasión en lugar de la especulación? Y lo más importante, ¿cómo aprenderíamos esto?
No lo piensen más, hablen son sus mayores, escúchenles, aprendan a escuchar si no saben, pero escuchen.

Ya sé que esto suena a pobre soñador idealista, pero como dice mi amigo John, que murió sin llegar a viejo: “Imagina”.

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1 COMENTARIO

  1. Jonh Lennon, que imaginó, murió asesinado.

    El que tuvo un sueño, Martin Luther King, fue asesinado.
    Tolstoi, al que se ocurrió escribir, “Quien hace sufrir al prójimo, se perjudica a sí mismo. Quien ayuda a los demás se ayuda a sí mismo”, acabó encarcelado y excomulgado.
    Gandhi fue asesinado.
    Galileo, que sin embargo se movió, fue confinado hasta su muerte.
    Jesucristo fue asesinado.
    No basta con recordar al mundo que puede ser mejor, hay que cambiarlo para que lo sea. Es triste, pero es cierto. Los humanos, generalmente, no quieren un mundo mejor, prefieren que no les molesten a ellos en este. Desde el principio de los tiempos los muertos morales, la mayoría de los de nuestra especie, han cinchado las libertades y las ideas de cambio y progreso cada vez que estas han asomado a la historia muchas veces por miedo, las más por egoísmo. Los muertos morales han matado, encarcelado, humillado cualquier intento de avance.
    En esta crisis de hoy podemos ver a trabajadores acusarse mutuamente de ser los causantes de la situación por sus pírricos en global, aunque generosos entre la miseria, beneficios. Son los causantes reales los que llevan las riendas de la solución, los que se están beneficiando del mal de los demás, los que son apoyados incondicionalmente por los muertos morales, los que después de acabar estarán al mando del camino, los que cambiaran todo para que nada cambie.
    La crisis causa hambre, el hambre incultura, la incultura sumisión y la sumisión beneficios. Ese es el futuro de nuestra sociedad, esas las consecuencias de la crisis, y no me lo invento yo, es copiado de la historia, pero no es el fin de ella, las causas/efectos continúan. Recuerda la historia.

    Lo dijo el poeta:
    “Los muertos estan en cautiverio y no nos dejan salir del cementerio”

    Saludos

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