Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

TEORÍA DE LA RELATIVIDAD

E = M C2 . Cinco símbolos, E, =, M, C y el 2 pequeño y alto, aupado a la C. Aupado a sus espaldas, incómodamente, por el pico superior de su parte convexa. Como una mochila llena de potencialidad multiplicadora. Volviendo al origen, una igualdad. Una ecuación. Una expresión intelectualmente matemática, en virtud de la cual el valor situado a la izquierda del signo de identidad, =, las dos paralelitas, equivale exactamente a todo lo situado a su derecha. En este caso, el símbolo de energía, E, a los de materia M y el C2, velocidad de la luz al cuadrado, o, lo que es lo mismo, velocidad de la luz por velocidad de la luz, es decir, 300.000 km/seg por 300,000 km/seg, un nueve seguido de diez ceros km/seg. La M y el C2, juntos, uno detrás de otro, que en las ecuaciones quiere decir multiplicado aquel por este. No importa la cantidad de materia o masa. Dará lugar a la correspondiente de energía. Y viceversa.

La materia es real, tangible y ponderable. La energía, se manifiesta realmente. En su manifestación está su realidad. Opera. O está pendiente de obrar. No es virtual. Está ahí. Se palpa su masa, que es su otro nombre, en la ecuación. Explica, por ejemplo, que las cosas se pongan en movimiento. Que se pueda realizar un trabajo. La velocidad no pesa. Ni impulsa ni tiene cuerpo. Es un modo de actuar lo real dinámicamente. La velocidad no existe. Se da. Puede darse. No se si es correcto decir que no existe. Porque la experimenta y es afectada por ella una realidad material. Por tanto, casi no sería muy aventurado decir que es, por lo menos, real. Que tiene una cierta naturaleza o carácter de realidad. La luz parece que participa de ambas naturalezas, material e inmaterial, si es que a lo inmaterial podemos darle carta de naturaleza. Para los científicos, unas veces consiste en partículas y otras en ondas. Se diría que razonablemente, las partículas son materia y las ondas modo inmaterial de propagarse aquellas, de manera ondulada u ondulatoria. Las olas no son propiamente mar. Los rizos o la laciedad capilar no son, realmente pelo. Son maneras de ser del cabello. Ni de ser; de presentarse. En el caso de la luz, maneras de su movimiento. La ondulación puede ser una manera dinámica de producirse las partículas, desplazadas de forma lineal rectilínea u ondulatoria. Las olas son mar pero el mar no es olas, ni oleaje; es agua salada, oxígeno e hidrógeno combinados a lo bestia. Sus ondas son consecuencia de sus mareas. Y su lisura, de la falta de estas, de sus ocasional inoperancia.

Juegan, pues, en la ecuación, energía, E, real; signo de identidad,=, irreal; velocidad de la luz, C, irreal; el pequeño 2 exponencial, también irreal. Pueden existir dos cosas reales pero no el número que las cuantifica. El número es un símbolo. Una abstracción. La luz, propiamente dicha, en realidad de realidades, y aunque cueste, real. Sin algo de material, no podría curvarse cuando pasa junto a masas densas. Es decir, opera sobre ella la fuerza gravitatoria. Y el exponente 2, revelativo de la automultiplicación de multiplicaciones, de la ya expresada velocidad 300.000 km/seg por 300.000 km/seg, es decir 90.000.000.000 km/seg.

Ni existe el kilómetro ni existe el segundo, en el sentido en que existo yo y esta planta de florecillas que tengo a mi lado. O el ordenador en que estoy trabajando. No está vivo pero existe. Y hasta de eso de que no está vivo habría que hablar lo suyo… El mío hasta tiene manías y cabezotadas. Cuando se pone perro tengo que cerrarlo. No existen kilómetros ni segundos, pero no solo sirven sino que son indispensables, para explicar una velocidad y una distancia, que tampoco existen pero nos hacen falta para definir y cuantificar el movimiento o extensión de algo real.

De toda la ecuación, la energía, E, es real y mensurable. Como lo son la masa y la luz, M y C . El resto, signo de identidad, = y velocidad, son inmateriales pero yo no se hasta que punto podría decirse que son irreales. Se pueden medir el kilómetro y el segundo, y expresarlos en dimensiones objetivas y duraderas, respectivamente. Por cierto, ¿por qué C y no V para designar a la velocidad de la luz. En la teoría científica, “velocidad es una magnitud física de carácter vectorial que se representa por la letra v”. ¿Tal vez porque también su principal característica es la “constancia”? …
Einstein, manejando conceptos de tan diversa naturaleza, explicó lo que hay, un sentido del universo confirmado por múltiples observaciones experimentales. Lo suyo fue como la concepción de una metáfora física, una intuición genial, una revelación casi teológica que relacionó, por un momento, las posibilidades de su mente con el trabajo todo del Creador. Nos dijo de qué modo la materia puede ser igual a la energía. Igual o, mejor, tan ajena a ella como la velocidad y el tiempo, dos conceptos dessustanciados. Relacionó, positivamente, E = M en determinadas circunstancias, es decir, multiplicada M por lo que sea, en el caso, exactamente, por el cuadrado de la velocidad de la luz, es decir, por una potencia determinada.

Dios hizo la luz, según el relato bíblico y vio, gracias a ella, que todo lo hecho estaba bastante bien. Lo hecho era la realidad universal, el reino de lo material, de lo naturalmente natural. Y Einstein utilizó la luz para darnos a entender la relación que puso Dios entre la materia creada y la energía con que la creó y dejó instalada en ella. El modo como se interrelacionaban. En cierto modo, Einstein readapta el gran argumento, lo mete en una ecuación, lo escribe con solo cinco símbolos, concibe la gran metáfora científico teológica de la Creación. Mejor, de lo creado. Seguro que Dios lo vio, con la misma mirada que contemplo el resultado de aquellos seis días, y lo encontró bien traído y calculado por las luces imaginativas de la mente de don Alberto, el judío violinista de las largas melenitas. Detrás del “Fiat” imperativo de la Vulgata, quiso ver que todo estaba bien. Comprobarlo. ¿Cómo no iba a estar bien si era obra de la suma Perfección? Pero, de todos modos, quiso darle un repaso. Asegurarse…A lo mejor, en virtud de un cierto prurito de autocomplacencia teológica, muy legitimo, para mí.

Suma Perfección y Suma Responsabilidad. Luz, fotones, ondas, partículas, cuantos…Parece un cuento. La fórmula de la realidad de las realidades parece algo de leyenda. Maravilla, sorprende y fascina. Y cabe, escrita, en cinco signos; además, dos de ellos, el de identidad y el reducido y alto 2 potenciador, muy pequeños. Como cagaditas de mosca. Gracias, Dios.

E = M C2 es el más breve y postrero de los textos bíblicos. Einstein ha sido el último profeta. Desde ahora, en realidad, desde 1915-1919, tenemos un Novísimo Testamento. Debido a un profeta perteneciente también a aquella fabulosa semilla familiar y semita. Hijo del que se llama pueblo de Dios. El Evangelio de la verdad científica hecho materia de fe y energía espiritual. Una fe a la que se llega con la imaginación, más allá del conocimiento, pero a bordo de él. Y sin necesidad de experimentación. Einstein era hombre de despacho, de mesa camilla junto al fuego; no de experimentación. Nunca se le ha visto fotografiado con una bata blanca.

La teoría de la relatividad y su expresión ecuacional, reviste, en cierto modo, la forma de una revelación. Pero de una revelación hecha a un experto, más intelectual que investigador, más imaginativo que experimental, con una intuición dispuesta haciendo de antena, sintonizada con la Verdad en su sentido más Alto. Las dos, Verdad y Alto, con mayúscula. Como las revelaciones bíblicas se hacían a profetas, no a gente lega en el orden teológico y espiritual. La revelación no es una ocurrencia. Viene de algo o de alguien. Y tiene sus mecanismos. Se instala en la mente porque Dios quiere. Porque Él la sugiere o autoriza, si es que puede ser otro el origen exterior. Hay que estar dispuesto y a la espera. Y don Alberto lo estaba. Por eso, no llega a su teoría solo razonando. Razonando llega al estado de receptividad que propicia la revelación. Pensando en la relacionalidad de lo razonable en cuanto al orden del universo. Eistein es visitado por la Gracia en forma de genial intuición. Hacia falta ser Einstein. Era necesario estar meditando sobre las razones físicas de todo. Y resultaba indispensable ser un físico teórico del máximo nivel, con un mínimo de rigor artístico colaborador. Yo veo en él, mas que a un científico, a un pensador artista.

E = M C2 es como un poema. Tiene lirismo expresivo y gracia científica. Gusta verlo escrito, pese a la asimétrica disposición de su identidad. La E mayúscula, es más rica e interesante morfológicamente, que sus hermanas vocales las A, I,
O, U. Solo la A se le aproxima en variedad e interés gráfico o formal. La M es la letra más ampliamente asentada del alfabeto. También lo son la R, la H y la X, letras con dos patas, pero menos extendidas horizontalmente que la M, que tiene, además, una de las dos patas mas gruesas. Y la C es una curva levantada, la única alfabética con estas características de concavidad y convexidad, puestas de pié. Y el peque 2 en lo alto, expresivo de la multiplicación de algo por sí mismo, en el más narcisista y e incestuoso de los productos posibles, representando una automultiplicación escandalosa. Tiene interés. Tiene novedad.

Fotogenia gráfica, encanto morfológico y, a pesar de su asimetría, equilibrio intelectual. Es, en definitiva, una expresión de belleza.

Una ecuación con aspiraciones de silogismo, con el simbolito identitario = oficiando de “ergo”. Tiene la hermosura de la verdad formal, con verdad hasta en su forma.

Todo es materia y todo es energía. Y la energía es materia y la materia energía o energética. No pudo hacer don Alberto más sencilla la complejidad de todo. Reduccionismo y globalización. Energía igual a materia por la velocidad de la luz al cuadrado.

Dicho o leído, hacen falta diez palabras. Escrito en la famosa ecuación, cinco símbolos. Cada símbolo, una sola expresión grafica. Cada palabra de las diez, varias, excepto la a de la parte (energía igual a), muchas. En total, la ecuación, apalabrada, expresada para que se escuche, cuarenta y ocho símbolos o letras.

Llamar a la ecuación, de la relatividad, cuando tiende a expresar el absoluto más real del fundamento de la ciencia física, le confiere también un paradójico interés intelectual. Nada menos relativo que lo absoluto. Y pocas cosas más absolutas científicamente que la teoría de la relatividad. Al menos, de momento, y ya llevamos desde 1915/1919, con todas las asechanzas posteriores de la mecánica cuántica, Plankc y su “constante”, Heisenberg y su principio de incertidumbre, Colangeli pretendiendo la famosa fórmula unitaria… Hasta hoy, la teoría más prestigiosa de la ciencia física y matemática está formulada en la inexpugnable ecuación, E = M C2 que debemos al talento de aquel hombre genial aficionado al violín, que una vez fue, en Ginebra, empleado de correos.

Einstein apagó su sed de absoluto con la frescura intelectual de la relatividad, que no tiene de relativo ni el nombre, salvo que este se tome como algo relacionado con algo, que hace relación a ese algo, ese algo que en el caso era el absoluto del absoluto. El absoluto elevado al cuadrado, como C en la ecuación. Para Einstein la ciencia no era empírica sino reflexiva. Lo físico, casi metafísico. Y es que sin la intervención de lo metafísico, entre ciencia y fe no cabe ningún puente. Y ese puente es indispensable para que circule entre ellas Dios.

En realidad, E = M C2 no es más que una segregación de la inteligencia. El cerebro es físico, material. La mente, no lo se. Y el alma, menos, aunque hay quien dice que pesa 21 gramos, que es, según dicen, lo que pierde el cuerpo humano en el momento de la muerte. Sin cerebro no se piensa. Pero solo con cerebro, tampoco. Hay que reflexionar sobre una realidad inmaterial, dependiente de la materia, relacionada con ella, sobrenatural pero necesitada de un soporte natural. Una luz que tiene las partículas en el cerebro, las ondas en la mente y el fulgor en el alma. Como un puente, el ya citado pocas líneas arriba, con tres soportes, por el que circula libremente el espíritu. El espíritu sin y con mayúsculas…Como la más fascinante forma de energía. La más graciosa, sutil y poderosa…Una energía que tiene masa de Dios.

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1 COMENTARIO

  1. No comparto la idea de que la sabiduría de Einstein haya sido producto del toque mágico de Dios. Creo que lo que cada uno tiene se lo ha trabajado. Habrá quien tenga una mejor base y habrá quien no, pero partiendo de ahí cada uno se lo trabaja y la base viene dada pero no creo que tenga ascendencia celestial. Polvo eres y en polvo te convertirás, en todo tu ser, y la materia ni se crea y destruye, sólo se transforma y seguirá así por los siglos de los siglos. Pienso que todo tiene un principio y un final, menos la excepción que confirma la regla y esto es lo constante, sin las excepciones nada existiría. Todo tiene una explicación y el que no quiera, si no la encuentra se inclinará por lo religioso para poner su fe al efecto, es una buena alternativa para quedar bien consigo mismo. Por mi parte, si algo no tiene explicación creo que es porque el hombre aún no ha llegado a ella, pero seguro que tiene una, lo único, lo inexplicable en el momento. Pero no creo que no la haya. Quien le explica a un Homo Erectus que los de su especie en su evolución iban a llegar a la Luna. Inexplicable para la época.¿Cuestión de tiempo?, probablemente.

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