Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

El 98 desde Azorín

Se creían al final de mucho más que un siglo. Inventaban el XX, desde los escombros del XIX. Salvaban a España literaria e intelectualmente. Aspiraban a que una nación regenerada, brotase entre la seca y decadente, aniquilada por el esfuerzo conservador de un demencial montaje imperial que nos venía ancho. España empezaba a ganarse, perdiendo Cuba. Perdiéndolo todo, para recuperarse. Su parto histórico, reconquista, media Europa, América, fue excesivo…

Desde los ojillos claros de Azorin, ¿cómo se vería aquella tropa de genios que nominó, personalmente, honor de las lindes que separaban dos siglos, “generación del 98”?

¿Vería a Baroja, aquel viejo muerto de frio, boina, pantuflas y bufanda, dentro del viejo gabán hasta en casa, barba blanquita de enanito cabreado, como un enorme prosista, creador y descuidado, mas escritor que literato? Desde su reduccionismo y precisión, entomólogo de la palabra, economista de la sintaxis, el vasco le parecería un creador oceánico, recio como el Cantábrico, galerna de personajes y situaciones. Azorin, encogidito y afilado, cartujo de las letras, se incomodaría ante la fuerza realista de don Pio, arrastrado por un ciclón de virtualidades extrañas a su carácter casi mineral.

¿Y a Valle, tampoco manco que digamos, aunque lo fuera, recreador de su tipo, incapaz de mirarse el ombligo que le cubría la catarata pilosa, como un delantal? Seguro que representando siempre a Valle, multiespejeado. Azorin aspiraba a cero, a la izquierda de pocas palabras, exactas como números. Sombra, moderación, transparencia, economía, esencia, luz sin fuego ni calor, claridad sin brillo, estimaría casi procaz verse atraído, como resultaba inevitable, por la obra del atrabiliario caballero de la belleza esperpéntica y el mimo barroco del castellano. Valle, anti Azorin por excelencia. Torrente contra riachuelo. Deslumbramiento frente a penumbra, sol ante llamita de cirio delgado, desde una teratología galaico-madrileña emblematica y ambulante. Gran sujeto múltiple ante un Azorin uno, único y unificado…Aunque luego él, Azorin, dentro de su propia biografía, diera en tantos y diversos azorines.

Y a Galdós, ¿cómo vería don José al canario de Madrid, don Benito, seductor de gorditas, galán de Isabel II y doña Emilia Pardo Bazán? Resultón resultaría el fabulador canario, incansable acumulador de historia madrileña en el culebrón de sus episodios, diluvio de lances y criaturas, mundo de mundos, universo multinovelado. Él, Azorin, tan de poquitas cosas y chiquitas dosis. Lo vería como un Homero inagotable de nuestras odiseas patrias. Ubérrimo, multitudinario, coral, prolíficamente infinito, castizo, menestral, doméstico, españolísimo.

Repito: ¿Cómo vería nuestro monovero aquel cuajarón de personajes, a cuyo conjunto tanto interés dedicó, hasta el punto de llamar a su conjunto del modo numeral que los dejó definidos para siempre? Fue como una explosión simultánea de talento, mirando a los muros de la patria suya…que ya no era imperial…Probablemente, como el resurgimiento de un nuevo patriotismo, exigente, brillante, desesperado, bello y riguroso, nacido entre los escombros de un esfuerzo histórico superior a las fuerzas de una nación de naciones.

La sintonización con Unamuno, euskaldún extremoso, búho excitado de las pajaritas, también le estiraría incómodamente, el ánimo. Trágico, incomodo, aparatosamente moral, heterodoxamente protocristiano, hombre prácticamente en trance, mártir a destiempo. Lo menos asimilable por la casi vegetalidad del Azorin sosiego, conformidad, discreción y silencio. Desapasionada pasión, olita en charco. Don Miguel, excitación espiritual irreductible a los parámetros ordenados de nuestro paisano. Pinchaba hasta con la mirada y la barba. Y hasta con los picos de sus creaciones papirofléxicas. Vendaval personal, torbellino espiritual, incomodidad social, vestida casi de cura. Azorin, ante don Miguel, se vería arrastrado por un vértigo moral. Sentimiento trágico de la vida contra sentimiento artesanal, sencillo, doméstico, grandiosamente vulgar, de la vida…El brío genial unamuniano ante los problemas de Dios y España, de la vida y la muerte, sacarían de sus casillas familiares al alma tranquila de Azorin, inasequible a la sintonización con este Nietzche teológico, como un santo que blasfemase. Su sensación sería como la de una suave colina en presencia de un Himalaya. La discreción suma contra el urgente desafuero.

Los Machado, le quedarían mas afines. El atildado y sevillano Manuel, “alma de nardo” y el desaliñado y casposo profesor de francés, castellano vocacional y soriano de ejercicio, poeta esencialista, distraídamente político o politizado, sin el mínimo de bruta voluntad que pide el egoísmo. Manuel se dejaba querer y Antonio, conducir. Admiraría la pureza de ambos, más popular en Antonio y más frívola en Manuel. Si nuestro paisano hubiera de etiquetarlos, brevemente (la brevedad era lo suyo), llamaría a Valle, revolucionario y simbolista. A Galdós, ampuloso y torrencial. A Baroja, objetivista y sentimental. A Antonio Machado, manchado, machacado, domésticamente esencialista. A Manuel le atribuiría un atildado lirismo, entre sensual y sevillano. A Unamuno, incomodo rector y trágico artista, convertidor de toda su obra, aparatosamente tensa en una lidia con Dios. Con sus ojillos de afilada y escueta golondrina, Azorin vería a Machado el nuestro, como una dulce paloma; a su hermano, casi como un ruiseñor reciclado en cisne; a Baroja, como un laborioso gorrión de ciudad, picoteando en la busca; a Galdós, como una gallina multiponedora; y a Valle, como un pavo real hibridado en papagayo multicolor de las más bellas y renovadas palabras. Él, Azorín, sería una breve línea negra recortada en el cielo unánime, limpio, puro y claro, como la espléndida lucidez de sus primores de a diario…Un dulce trabajador en la penumbra silenciosa, ajeno a la aparatosidad, pero no indiferente a su humana y grandiosa manifestación, en distintas maneras, en aquella tribu espléndida de compatriotas exaltados…Tan poco indiferente que la apadrinó ante la historia literaria, etiquetándola en relación con el año de nuestra mayor decadencia…

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