Art. de opinión de Luis Beresaluze Galbis

Dolor y materia

El dolor es una posibilidad de la materia. La materia está concebida para lograrse en su integridad. Para ser feliz físicamente en su sosiego irreductible y disfrutar de una inmanencia natural, pacífica y sin perturbaciones. La materia es insensible. No debe sentir. Es inerte y duerme en su masiva indiferencia. Más: El dolor es o debe ser inmaterial, como la materia, insufrible.

El dolor físico dota a la materia de afecciones metafísicas, para cuyo sentimiento la materia ha de trascenderse, animarse, dotarse de ánima, hacerse, en cierto modo, espiritual. Me duele este dedo. No me duele él; me duele él en el cerebro, ese órgano vecino del alma, que la alberga y hasta condiciona. Si el cerebro se desorganiza funcionalmente, el alma se vuelve loca.

Sin embargo, el dolor de la materia es una realidad. Lo sufre un árbol al que se practica una incisión, llorando resina…La roca metamórfica sufre el ataque de un ácido y se altera y descarna. Pierde corporeidad y masa. Arrancas una flor y matas un fruto. Como si practicaras un aborto vegetal. El cielo sufre violencias que lo hacen llorar lluvia. Y el amanecer sonríe porque retorna el sol. Como se entristece la tarde cuando se hunde en el ocaso. Con una tristeza morada que era rosa en la alegría matutina.

La materia duele. Se duele. Y el dolor la espiritualiza, haciéndola dar lo mejor de si. En todos los tratamientos de la roca metamórfica hacia su mayor esplendor, hecha mármol pulido y bellísimo, el carbonato de cal sufre. Con el arrancamiento abrupto y explosivo en la montaña, con el corte, con la abrasión, con el pulido, todo agresiones instrumentales y materiales, porque se hacen con el concurso de arena, materiales hostiles, diamante desgarrador y químicas hostiles.

La roca, luego de tanto ataque y sufrimiento, nos da su espiritualizada y hermosa versión en mármol, sublimado final de un proceso durísimo de horrores mecánicos.

El árbol que pierde una rama, se priva de cuanto podía ofrecer a la naturaleza desde ese miembro vulnerado, hojas, flores, frutos, aromas, oxígeno y sombra para el hombre. La poda es un asesinato múltiple. No menos grave arrancar una hierbecilla que nació para completar su modesto ciclo vital a ras de tierra, visitada por los insectos.

Yo he hecho sufrir al mármol, ya resultado él del sufrimiento de la roca. A ese monumento al sufrimiento técnico e industrial que es el mármol. Pretendiendo hacer belleza con él, más belleza aún, como si fuera posible. Lo he cortado y herido para realizar esculturas, con él y a partir de él, muy sencillas, lastimándolo de añadidura, lo menos posible. He hecho daño al mármol, daño en sí mismo ya. Mínimo. No lo he golpeado con el cincel a martillazos. Para alcanzar con ese sufrimiento, el que yo daba sobre el que ya había sufrido, un supuesto propósito de más belleza.

¿Vale la belleza, posible además, que no garantizada, ese plus de dolor de la materia?

La Piedad estaba ya en aquella roca que flageló Miguel Ángel. Inscrita en aquel ámbito de sosiego telúrico. ¿Por piedad hacia la piedra, renunciaríamos a la Piedad de Buonarroti? Sería un crimen artístico y un atentado contre el goce espiritual de muchas generaciones de hombres. Si la roca sintiera, yo creo que el lecho de ella del que fue arrancado el fragmento que albergaba la Piedad de Miguel Ángel, estaría orgulloso y satisfecho. La cantera de Carrara de la que procedió aquel gran bloque, tiene una cita de honor, para la eternidad, con la sensibilidad de la especie humana.

Cuando la tierra está sedienta, se convierta en una costra agrietada de angustia. Experimenta un dolor extenso que rompe su continuidad superficial. Cuando vuelve a ser bendecida por el agua, se esponja de gozo y hasta huela a creación recién estrenada.

La tierra, el suelo que sembramos, están vivos. Si les das una semilla, te devuelven cientos. Es agradecida y goza produciendo. Quien no cuida la tierra ofende al cielo. Hendirla con el hierro del arado es un acto genesíaco. ¡Cuantas veces utilizó esta realidad como metáfora del acto amatorio humano, el. bueno de Miguel Hernández! Es el coito ecológico e instrumental del hombre con la madre próvida. Y deja a la tierra dispuesta, ávida de procrear. Hay un cierto rijo erótico en el trabajo de la reja arando el terreno. Es como volver a desvirgar a la joven y eterna tierra, empeñada en repetirse como madre en cada nueva cosecha. Empreñada.

Ensordece el gemido de la piedra cuando la corta el disco diamantado, disparando el agua refrigeradora como un llanto proyectado. Es, casi, insufrible. No hay grito animal más desgarrador. Y qué decir de la queja del átomo cuando se le desgarra. Tiembla una enorme porción de universo.

La materia puede dolerse como el dolor tiene parte de material. El nuestro, se siente con el espíritu. Cuando nos adormecen el alma con la anestesia, nuestra materia soporta, inconsciente, cuanto le hagan de doloroso. Porque se ha desalojado provisionalmente al cerebro, del espacio en que el dolor es posible. Hay dolores que matan como sufrimientos que quitan la vida. Se puede morir de miedo.

Resulta conmovedor que la materia sufra, que la roca clame cuando se la hiende. Que llore su sangre blanca la higuera a la que se arranca un pámpano. Que se muera una amapola y ceda inmediatamente sus pétalos, más de sangre que nunca, cuando la has cortado. Nadie podría meter en un jarrón con agua un ramo de amapolas. Lo haría con sus tallos verdes descabezados de gracia.

Por último, recordemos el más alto sentido del sufrimiento de la materia. Dios se hace hombre. (Dios tiene un corazón de carne, dijo Ratzinger hace poco). Se encarna. Se reviste de carne como se desnuda de Suprema Esencialidad. Dios se hace material. Y materialmente, corporalmente, físicamente, biológicamente, hace teológico el dolor y hace masiva y material la divinidad, fin y principio de todo en Si Misma, perfectamente viva en su Perfección Insuperable. La Esencia, el Ser, la trascendencia, se encaja en la inmanencia de lo sufrible y sufrido, de la sustancia frágil y sujeta a quiebras, afecciones, mudanzas y destrucción. Esa materia sublime que sublima nuestra otra materia concupiscente y condenada a un final, casi siempre poco grato. Dios hecho masa biológica, vida muriente, dolor pretendido y logrado, para redención del dolor y la muerte de todos los hombres.

La materia de Dios es un acto de amor. La materia de Dios es una renuncia a la perfección suma del Ser. La materia de Dios es un ansia de sufrimiento. De un sufrimiento que viene a evitar los nuestros y consolarlos. La Redención es obra de la materia divina, de Dios hecho materia. Materia teológica. Y el dolor de esa materia tiene como precio el Cielo para todos, el destino de nuestra santificación.

Yo amo la materia. Mi energía tiende a ella. Soy materia enamorada. Y amor hecho materia. No me gusta que sufra. La respeto. Ese es mi ecologismo. La materia es otro prójimo mío, vasto y diverso. Amo lo que hizo Dios para mí. Y amándola, lo amo a Él.

Me gustaría ver sonreír a una piedra. A las flores ya les percibo su alegría. El perfume del jazmín es una sonrisa que huele. Y la hermosura de la rosa, una sonrisa con múltiples labios, que se entreabren abandonando su prieta condición inicial de capullo. Y también les noto la pena. El aroma de la violeta pone morado el ánimo. El dulcemente melancólico.

La materia es nuestro destino y entorno. Hay que agradecerla al Creador, que la puso a nuestro alcance, como tacto inmediato e ilusión en el horizonte. Una puesta de sol es materia que emociona. La luz es materia clara, impalpable pero corporal. Hasta se desvía en el espacio, cediendo a la atracción de una masa próxima. Tiene cuerpo de gracia y gracia de naturaleza. La naturaleza de la luz consiste en ser la razón y la energía de toda la naturaleza. Somos luz que ardió en una estrella. Materia sobrevivida y eterna. Materia inspirada por el Espíritu de Dios, el que se hizo hombre para ser y vivir como nosotros. Que resucitaremos con Él. Quien nos hizo soplando sobre un poco de barro. El barro, tierra y agua, elementos compendio de todo el mundo físico…

La materia es un regalo de Dios. Y la naturaleza, su reglamento…

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