La partera (V)

Artículo de opinión de José Fernando Martínez, «Charly».

La Cárcel

Un día cualquiera de agosto de 1937, pensaba La Partera: “Ayudo a traer niños al mundo, los veo crecer y los veo morir en esta infame guerra entre hermanos, entre ellos están mis hijos José y Manolo. Ya ha pasado un año desde que desapareció en Madrid José Fernando. Manolo es militante comunista; pero eso no le librará de la venganza que pesa sobre él por parte del Cojo Tecún. Anoche soñé que volvía José Fernando. Llevaba en su regazo una pequeña Verónica que, al colocarla ante mí, comenzó a agrandarse mágicamente. Una vez alcanzado mi tamaño y sus ojos quedaron a la altura de los míos, me miraba, sonreía y me mostraba el paño. Impreso en sangre estaba la cara de mi hijo. Entonces busqué a José, pero se había marchado a Madrid. Devolví la mirada al paño, pero estaba en llamas y quedó hecho cenizas en segundos.  Desperté con una gran amargura que me encogía el estómago y lloré hasta que no me quedaron fuerzas ni lágrimas.”

Ese mismo día por la tarde llegaron noticias amargas. Había trascendido que el salvoconducto que llevaba su hijo llevaba en clave: “Fascista peligroso”.

Al comienzo de la guerra, su hijo se fue a Madrid invitado por el Capitán Meana, con el que mantenía una gran amistad desde que hizo la mili. Necesitaba irse de Tobarra porque el Cojo le había amenazado de muerte.  Al llegar a casa de su amigo, encontró la puerta cerrada y nadie le abría. Alguien que pasó por su lado, al verlo golpear con la aldaba, le aconsejó que se alejara de allí; habían matado a todos sus habitantes el día anterior. Sin saber qué hacer, decidió ir a la Casa del Pueblo para alistarse en el ejército. Lo que no sabía es que llevaba su sentencia de muerte escrita en clave en el salvoconducto. Jamás se le vio salir de allí.  Acabaría en alguna checa y posteriormente en alguna saca. No ha quedado rastro de él.

Una vez se enteró de estas noticias, doña Antonia sabía quién había sido el responsable y salió a la calle presa de la ira y la rabia. Cerca del lugar donde se estaban realizando juicios sumarísimos estaba el cojo con esa sonrisa de satisfacción que le proporcionaba sentenciar a muerte a gente decente que odiaba.

Se acercó a él y le dio una tremenda patada a la muleta. Cayó al suelo, se abalanzó sobre él con las tijeras de cortar cordones umbilicales que siempre llevaba atada al cinto.  A punto estaba de clavárselas en el cuello, aunque la detuvieron entre varios de los que por allí andaban en ese momento.

La encarcelaron. Apenas llevaba unas horas encerrada cuando llegó un militar para comunicar que la mujer del capitán estaba a punto de parir y que el farmacéutico, que ya se había enterado del asunto, había dicho que necesitaba la ayuda de la Partera, ya que se trataba de un parto distócico. Como condición, doña Antonia puso que se firmara un documento en el que se la absolvía de toda culpa; de lo contrario, no la asistiría y, de no ser así, corría el riesgo de que muriera la madre o el niño. A los diez minutos ya estaba de camino a casa de la parturienta. Cuando llegó a casa del capitán y la vio maquillada hasta las cejas, a un nivel digno de los mejores lupanares, exigió que le lavaran la cara o no la asistiría. Y así lo hicieron, pese a las protestas de indignación de ésta y sus amenazas de contárselo a su marido.

Al terminar la Guerra encarcelaron a su otro hijo, Manolo, el cual murió al poco en la cárcel.

Todos estos hechos le llevaron a odiar al ser humano y divorciarse de él. Quemó cualquier cosa por la que pudiera ser recordada y no ha quedado nada que la recuerde; ni siquiera sabemos dónde está enterrada porque así lo quiso en sus últimas voluntades.

Se encargó de la educación de mi padre, lo cual lo hace tan especial y ha propiciado que yo haya tenido una educación tan poco corriente. Su deseo era que mi padre estudiara medicina, pero su madre, que era amiga del Obispo de Cartagena, don Miguel de los Santos Díaz de Gómara, se empeñó en que se hiciera sacerdote. Lo metieron con diez años en el seminario San José de Murcia y ahí estuvo hasta que, a punto de cantar misa en latín, se salió y se vino a estas tierras. Esta es la razón por la que toda mi vida he escuchado frases y aforismos en latín en boca de mi padre. Más adelante te hablaré de esta historia que, como él solía decir, “si non e vero e ben trovato”

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