La Biblioteca Volante (I)

Artículo de opinión de José Fernando Martínez, «Charly».

“… y yo, tan apasionado, descubrí en mí una nueva pasión que me ha permanecido hasta el día de hoy: el goce de todas las cosas de este mundo a través de la palabra profunda.” Stefan Zweig. Sendas Equívocas.

Como habrás adivinado, era volante porque era “la nave” en la que volaba  mi imaginación. Se sabe que hay tantos tipos de bibliotecas como bibliófilos en mayor o menor mediad y éstas son un reflejo de las conquistas de sus vidas y sus pasiones; se puede decir que son una biografía de la vida intelectual amorosa del que la ha formado. La de mi padre en los años 60 tenía un mueble hecho a medida a partir de un dibujo suyo, con puertas de cristal y adornos en madera. Cuando el que te escribe todavía no sabía leer, me pasaba horas viendo los lomos, las tapas y las ilustraciones de sus volúmenes. Por aquel entonces no habíamos comparado la televisión, pero teníamos un tocadiscos de alta fidelidad Roselson y una buena colección de discos. La combinación de música y los libros creaban un ambiente ideal para la formación de mundos imaginarios en la mente de un niño. Por ejemplo, las Valquirias de Wagner, me producían una enorme animación, me veía a mí mismo cabalgando con ellas sobre caballos, a gran velocidad por bosques de leyenda.

Entre los libros, estaba el número uno de la Biblioteca Espasa de mi bisabuela (que ya conocéis por otros artículos), que se salvó de la quema a principios de la Guerra Civil. Este tomo siempre fue un emblema de indignación y de anhelo por seguir adelante. Era el símbolo del superviviente del que no se dejó quemar por la barbarie y ahí seguía desafiando a la ignominia. Con los años compré el resto de volúmenes y este hecho me hizo sentir más cerca de mi bisabuela y la sensación de una rara y personal forma de justicia.

Con el paso de los años he ido descubriendo obras que supieron esperar en sus estanterías a que yo estuviera preparado para leerlas.

La biblioteca de mi padre se nutrió de muchas fuentes. Destacaría la de Isidro Seller en Novelda que es la que más la hizo engordar cuando trabajaba en la fábrica de la goma, situada entonces  por donde está Ca Ángel ahora. Pero antes seguramente compró muchos por la diversa geografía de España cuando era viajante.

La obra que te quiero comentar es el volumen nº 57 de la biblioteca de Antonio Martínez Sarrías y se titula Sendas Equívocas de Stefan Zweig.

Cuando se trata de amor en sus diferentes vertientes, es bastante común que nuestra imaginación nos la juegue y nos guíe por caminos erróneos. Esa Loca de La Casa, que llamaba Santa Teresa a la imaginación, nos hace recorrer senderos de los que se hacen al andar, claro; y cada uno se tiene que hacer los suyos porque es inútil e infructuoso seguir el de otros. Los creas a medida que caminas; el problema es que cada paso es sobre la nada de la incertidumbre, y la dirección la ha tomado una decisión que quizás no tuviera toda la información necesaria. A menudo lo que hacemos, más que una senda, es un laberinto; y cuando creemos alcanzar nuestro destino, resulta que nos habíamos equivocado de camino y ya no hay vuelta atrás porque no estamos en un lugar, sino en un tiempo. Podemos volver al punto de partida pero el tiempo barrió toda posibilidad de restauración. Lo único que nos queda, y con suerte, es seguir adelante e intentar acertar en la próxima senda. Pero si tienes la suficiente fe y preparación, puedes hacer como el héroe de Kurosawa, Yojimbo, que frente a dos caminos lanza un palo al aire y decide cual tomar dependiendo de donde caía; sabía que en los dos tendría suerte, pero le divertía burlarse del destino.

En el jardín de una noche oscura, nos cuenta Sweig, lo que enamoró a un joven hace que se enamore de la persona errónea, la cual no entiende nada y lo desprecia. Con el tiempo descubre que no es ella, pero su amor ya ha crecido ¿Cómo volver atrás? No puede deshacer el tiempo ni sus sentimientos. Sweig nos advierte de que hay que ser “prudentes como serpientes y humildes como palomas” (San Mateo), frase que aprendí de mi padre y al que le debo que acertara en muchas de las sendas encontradas en mi vida; y no seguir otras que habrían sido equívocas de no haber seguido sus sabios consejos, lecciones que se forjaron en una vida de equívocos, aciertos y mucha lectura.

No es más que otro ejemplo de por qué  la biblioteca nos hace volar. Desde lo alto se pueden ver donde terminan los senderos y dónde se esconden los peligros y las buenas sorpresas.

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2 COMENTARIOS

  1. Conozco el autor Stefan Zweig, pero no he leído este libro, queda en mi lista de lecturas pendientes, estoy segura que existe una conexión entre las sendas que vamos recorriendo a lo largo de nuestras vidas y esas grandes bibliotecas que nos han descubierto el camino que recorrer, si la senda es la correcta o es la equivocada es lo de menos, siempre quedan otras por descubrir.

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