Qué dice de ti la forma en la que amas

Artículo sobre psicología de Beatriz Martínez Pérez

Por lo general, es fácil entender que nuestra manera de vestir, hablar, caminar, expresar y hasta lo que comemos pueden retratarnos como personas…lo mismo ocurre con la manera en la que nos vinculamos con “el otro”. Seguramente sabes cómo haces todo lo primero, pero ¿Conoces tu estilo de apego (o manera de amar)? ¿Sabes si es sano o tóxico? ¿Es algo innato o aprendido?

El apego es un mecanismo que garantiza nuestra seguridad,  es esa sensación de no estar solos en el mundo si enfermamos o tenemos algún problema. El apego es la forma que tenemos de establecer vínculos con las otras personas, podríamos visualizarlo como el hilo que hay entre un corazón y otro. Este hilo afectivo suele ser mucho más estrecho e íntimo con la pareja que elegimos.

A través de los estudios de John Bowlby y Mary Ainsworth se establecieron principalmente cuatro formas de interacción afectiva entre los niños y sus cuidadores: apego ansioso, evitativo, desorganizado y seguro. Dependiendo de los cuidados, la atención, y la presencia de los padres los niños podían experimentar más o menos ansiedad, desconfianza o inseguridad.

En la vida adulta estos estilos de apego repercuten en: la visión de futuro en pareja, el entendimiento en el amor y la sexualidad y el nivel de complementariedad que experimentamos con una persona.

Un estilo de apego inseguro puede hacer que nos quedemos atrapados en relaciones tóxicas, y experimentemos una verdadera dificultad para salir de ahí. Una relación tóxica es cuando sientes que estás en una jaula, evidentemente ficticia, pero no por ello menos real…porque a pesar de saber que esa relación no te hace feliz hay un sentimiento de incapacidad para salir de ahí.

Tomar conciencia de la manera en la que nos relacionamos y sus consecuencias puede motivarnos a cambiar el estilo de apego inseguro por uno más seguro. Se ha comprobado que cada estilo de apego suele tener unas características comunes en nuestro presente, veamos algunas de ellas:

  • Apego ansioso: es cuando experimentamos esa necesidad de estar junto al otro, y cuando no es así hay una angustia tremenda que desaparece cuando el otro vuelve. Suelen ser personas muy demandantes e incluso pueden presentar problemas a la hora de concentrarse en sus tareas. Tienen una tendencia a idealizar a su pareja y a salir desfavorecidos cuando se comparan en cuanto a capacidades intelectuales, carácter o aspecto físico. Es muy frecuente que expresen una gran dificultad para encontrar a alguien que encaje con ellos mismos. Por eso, les cuesta tanto “dejar ir” a una persona, porque conectan con la idea de que es muy difícil encontrar otro perfil que les encaje.
  • Apego evitativo: suelen ser personas que pueden comunicarnos verbalmente o no verbalmente que no están preparadas para una relación. Tienden a evitar el contacto íntimo con la otra persona, y cuando el vínculo se estrecha es probable que pongan en marcha un funcionamiento de poner más distancia o desaparecer.  

Si tuviera que identificar el estilo de apego ansioso y evitativo con dos animales serían el ratón y el gato, aquí el apego seguro no tiene lugar. No es casualidad que ambos apegos se encuentren, más bien se trata de complementariedad. Es muy frecuente que el apego ansioso trate de convencer o de salvar a la persona huidiza para así corroborar su sentimiento de valía. Por eso, puede ser que una vez la otra persona les escoge como pareja empiezan a preguntarse si realmente es la persona con la que quieren construir una relación. Por su parte, el estilo de apego evitativo también conecta con las mismas heridas de miedo a la intimidad, sentimiento de abandono y valía personal. Son las mismas heridas, pero con un estilo de afrontamiento diferente.

  • Apego seguro, son personas con las que cuando hay un conflicto puedes hablar tranquilamente. Tienen habilidad para comunicar sus necesidades y expresar sus deseos. No ponen tantos palos en las ruedas para que las cosas se vayan dando, si conectan con la persona dejan que la relación fluya sin invertir grandes esfuerzos.

¿Y de dónde sale todo esto? Nadie viene al mundo con un estilo de apego determinado, más bien se va construyendo a través de diversos factores:

  • Como ya hemos comentado la relación de los padres con el niño, si han proporcionado seguridad, reconocimiento, protección, presencia, amor, límites, autonomía…
  • Las relaciones afectivas que se han vivido hasta la fecha también influyen en el presente. Por ejemplo, cuando hemos pasado por una relación con mucho sufrimiento es normal que aparezca el miedo a volver a confiar.
  • Por supuesto, somos seres biológicos, y los factores neuroendocrinos y genéticos también tienen una parte en nuestro apego.

La buena noticia es que al ser un aprendizaje, con motivación e implicación puede transformarse el estilo de apego, de hecho, es una de los factores que más se trabajan en terapia.

Tener estos espacios de reflexión sobre el funcionamiento personal es mucho más nutritivo, que caer en tópicos como:

  • Todos los hombres/ mujeres son iguales
  • Qué mala suerte tengo, siempre me toca lo peor
  • Hoy en día no se puede establecer una relación madura con nadie
  • El que se enamora pierde

Y un sinfín de frases generalizadas que en vez de ayudarnos nos anclan en el victimismo y en la más absoluta desesperanza. Cuando hay un entendimiento del estilo de apego propio y un trabajo interno, el resto cambiará inevitablemente.

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