Art. de opinión de José Penalva Navarro

VIAJE A TIERRAS DE CASTILLA

Estaba amaneciendo, partimos hacia las tierras de Castilla ,ya lo teníamos decidido desde hacía varios días, salimos esta semana pasada a visitar esas tres ciudades maravillosas, Avila, Segovia y Salamanca, queríamos pasearnos por esas calles y pisarlas y respirarlas, por los mismos sitios por donde estuvieron esos santos místicos, Teresa de Jesús y Juan de La Cruz, y desde donde hicieron de sus vidas una exaltación de amor hacia su amado Jesús, y donde escribían estas hermosas cosas: Teresa escribía ( .Vivo ya fuera de mí / después que muero de amor / porque vivo en el señor / que me quiso para sí / cuando el corazón le dí / puso en él este letrero / que muero porque no muero.) y su compañero Juan, escribía: ( Hace tal obra el amor / después que le conocí / que si hay bien o mal en mí / todo lo hace de un sabor / y al alma transforma en sí / y así en su llama sabrosa / la cual en mí estoy sintiendo / apriesa sin quedar cosa / todo me voy consumiendo. )

Con esa idea partimos hacia esas tierras de Castilla, tierras con una inmensa historia a sus espaldas, y con un patrimonio cultural desbordante. Haciendo camino pasamos necesariamente por los campos manchegos, campos en esta época secos por haber recogido ya la mies, y por la falta de esa lluvia necesaria para dar frescor a esas tierras calientes por ese sol abrasador que nos ha acompañado todo el verano. Al pasar cerca de Campo de Criptana y otear en la cima de una colina los molinos de viento que le dan a La Mancha esa personalidad, me vino a la mente, como no podía ser de otra forma, nuestro insigne Hidalgo Don Quijote, personaje universal que perseguía con pasión absoluta, desfacer todos los entuertos del mundo, y que se daba siempre de bruces contra esos molinos de viento, a lomos de ese caballo famélico, he inmediatamente se daba cuenta al entrar en batalla, que no eran ni más ni menos esos monstruos divisados a lo lejos que la cruda realidad, esa realidad instalada por los poderosos, para que los quijotes como él se estrellaran contra la cruda verdad y desvanecer así sus ilusiones de hacer un mundo mejor, en el que él entendía, que los caballeros andantes tenían la obligación de intervenir para cambiar la realidad, y a pesar de sus avatares, seguía empeñado en su misión, hasta caer en los continuos desfallecimientos.

Meditando este hecho, pensé; ¡ Teresa y Juan, también fueron de alguna manera, quijotes de su tiempo, empeñados en cambiar su realidad, cual era, reformar la congregación a la que pertenecían y expandir el amor que sentían por Jesús, su Amado !, ellos también se estrellaron numerosas veces contra lo establecido por sus superiores, que no entendieron la elevación de sus almas, y que por ello fueron castigados, que como Juan le costó la cárcel, aquellas cárceles impuestas por la inquisición, y en las que no había piedad ninguna, a pesar de ser todos en teoría “Hombres de Dios”, y de las que salió Juan de La Cruz tocado en su salud por culpa del sufrimiento infringido, y que a medio plazo le costó su vida.

Era tal el amor que sentían por su Amado Jesús, que a pesar de sus sufrimientos podían en sus encierros escribir estas cosas:……….. ( ¡ Oh bosques y espesuras / plantadas por la mano del Amado / ¡ Oh prado de verduras / de flores esmaltado / ¡ Decid si por vosotros ha pasado.) ……………( Es la cruz “El árbol verde y deseado” / de la esposa, que a sombra se ha sentado / para gozar de su Amado, el Rey del Cielo / y ella sola es el camino para el Cielo.)………….. estas cosas y sus ansias de reformar, les llevó a la incomprensión, la humillación, y la falta de reconocimiento de su amor a Jesús, y como siempre una vez fallecidos, la santidad para los dos, “cuando ya no molestaban”.

Acercándonos a Avila, pasamos por la zona llamada de LOS CUTRO POSTES, sitio donde la historia coloca a Teresa y a Juan, descansando de las caminatas, allí descansamos un poco en esa especie de altar conmemorativo de aquellos descansos, en un montículo desde donde se divisa con todo su esplendor la ciudad histórica de Avila, cercada por esa muralla hermosa e impecable. Sentimos en nuestras carnes los escalofríos de la fe y del amor a esos santos que allí estuvieron.

Avila, ciudad de piedra granítica gris, donde en su interior se respira su larga historia, y sobre todo el medievo y el poder de la iglesia con toda su crudeza, y digo crudeza con todo el sentido crítico de la palabra, a juzgar por la grandiosidad de su catedral y sus iglesias, y la sencillez y humildad de nuestros dos santos, y la miseria en las que vivían lo moradores de estas ciudades. Pasear por esas calles te hacen sentir la vida de otra forma, te trasportan a ese pasado y te da escalofríos pensar como vivirían los poderosos y los demás, y te das cuenta la alteración, en cuanto a su cumplimiento, que ha sufrido EL EVANGELIO de Jesús a través de la historia, pues no tiene nada que ver esa iglesia representada por esas grandiosidades, con la humildad y la sencillez que debería haber sido la real, y que fue la que representaron nuestros dos santos.

Al llegar a Segovia tienes otras connotaciones, el color de la ciudad, por ejemplo, ya no es gris como el de Avila, las piedras de sus monumentos tienen un color amarillo rojizo, y mezclado con el verdor de su naturaleza, le dan a la ciudad una luz distinta, más bulliciosa, y el trasiego de sus gentes y sus visitantes, le hacen a la ciudad tener ese aire más cosmopolita. Segovia se aparece como de ser de más reyes y príncipes que Avila, y de gentes muy principales de la época, solo la preciosidad del Alcazar, demuestra la categoría de sus moradores, sin embargo en la Avila de las murallas, se respira recogimiento, meditación, vida de claustro, oración y sencillez.

Impresiona en esta hermosa ciudad la esbeltez y el desafío arquitectónico de El Acueducto, obra hecha por los romanos, y que está en unas condiciones excepcionales, debe ser la obra mejor conservada de la época. Su catedral luce majestuosa, recién restaurada, acogedora de reyes y príncipes de la iglesia, pero donde mi espíritu no capta a mis santos de cabecera, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, esa grandiosidad no fue ni es, refugio de marginados y oprimidos, ahí no encuentro a la iglesia que yo siento en mi interior, pero si reconozco solo, la belleza de la obra arquitectónica.

Los dos últimos días de viaje, estuvimos el la espléndida y majestuosa ciudad de Salamanca,.ciudad que por el color de sus piedras se le puede decir “Ciudad dorada” La belleza de esta ciudad te deja huella, entrar en su Plaza Mayor es una auténtica gozada, es preciosa, y esa plaza por la noche con sus luces encendidas te obligan a sentarte en una de sus múltiples terrazas, y disfrutar de su silencio, porque aunque el ir y venir de sus gentes es permanente, su belleza te aleja de dicho trasiego y te trasporta a la época, y vives por un momento su vida pasada, y sientes los pasos de personajes importantes de la vida española, como Cristobal Colón, Fray Luis de León, Miguel de Cervantes, Juan de La Cruz, Teresa de Jesús y tantos otros, que como consecuencia de la existencia de su Universidad, por allí pasaron y dejaron su huella.

La belleza de sus edificios históricos, y de su catedral le dan una prestancia fuera de lo común. Es una ciudad que te marca para siempre, que te engancha, que necesitas verla más de una vez para embebecerte de su fascinación.

Ha sido un viaje especial, por el significado de ser estas ciudades, parte de la historia de estos dos santos fascinantes para nosotros, y que nos han llevado a ellas para respirar, sentir y vivir sus olores, sus aromas, y pasear sus calles y pisar sus piedras, y elevar el pensamiento hacia rincones más esenciales de la vida, que nos trasportan en parte, hacia esos sentires y gozos que ellos vivieron, y que tanto necesitamos en estos momentos de deterioro de esas verdades sublimadas de las que ellos tenían impregnada sus almas.

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