Art. de opinión de José Penalva Navarro

OLORES Y RECUERDOS

Distintos olores percibidos por nuestros sentidos, nos pueden retrotraer a nuestra historia, a nuestra vida pasada, a nuestros entrañables recuerdos de juventud, a nuestro primer amor, a recordar a nuestros amigos, a nuestros padres, nuestros juegos de adolescentes. Los olores son como nuestro ADN, donde está ubicado en él, nuestro pasado, nuestros sentimientos, nuestras mejores vivencias, nuestros amores, nuestras alegrías. Percibimos un olor, cerramos los ojos, dejamos volar nuestro pensamiento, nos dejamos llevar por nuestros sentidos e inmediatamente nos encontramos en un lugar, no imaginario, sino real, donde aparece ese momento olvidado no del todo, pero deseado y muy querido, que solo ese olor ha podido rescatar de lo más profundo de nuestra alma, donde anidan los bellos momentos de nuestra vida, almacenados en ella siempre a la espera de ese “click”, que hace renacer nuestras mejores vivencias.

Mis últimos años de trabajo en la Caja, en la ciudad de Elda, en mis visitas a distintos clientes, casi todos ellos relacionados con los zapatos, al entrar en alguna fábrica, el olor a cuero me transportaba inmediatamente a la ciudad de Elche, a casa de un familiar que poseía una pequeño taller de aparado donde pasaba algunos domingos con mi tío y mis primos, y encima de aquellas grandes y largas mesas nos comíamos las paellas de arroz, y de postre en verano, las sandías, ambientado todo ello con el olor a cuero impregnado en toda aquella casa. Mi tía tenía grandes maceteros de Alhábegas, tradicionales en Elche, y mi esposa cuando viene el verano, tiene costumbre de comprar alguna de ellas, y su olor te recuerda las fiestas de Agosto de esa bella ciudad, y mis primeras vivencias de EL MISTERI .

Hay un anuncio de hace unos años, el jabón Heno de Pravia, que le dieron en el clavo cuando decían (El aroma de mi hogar) y era cierto, era el de mi hogar. Cuando huelo ese jabón ahora, recuerdo a mi barrio y a mi casa en la Calle Concepción Arenal, donde mi madre me duchaba de pequeño con ese jabón que me ha dejado impregnado su aroma para siempre, y cuando lo tengo en mis manos me trasporta su olor a mi juventud, a mis juegos felices sin grandes complicaciones, donde podías jugar a la pelota con tus amigos en la calle, esa calle maravillosa en la que en verano, sacábamos la mesa y las sillas por la noche y cenábamos acompañados, siempre, de algunos vecinos que se añadían a ella con gusto, sin suspicacias, no como ahora, que no conoces a vecinos del mismo edificio.

Y el olor del tomillo, lo tengo metido en mis más profundos recuerdos. Mi madre compraba tomillo a un señor que le llamábamos “Zurrón” por que este vendía tomillo seco por las calles para encender los fogones de las cocinas antiguas y también para encender y hacer los braseros de carbón, el nombre a esta persona le venia, porque las hierbas secas que vendía las transportaba a sus espaldas en un zurrón. El carbón y el tomillo eran indispensables para encender los fogones, para la cocina el carbón grueso y para el brasero la carbonilla, luego vinieron los “ infernillos” de petróleo, artilugio de cuatro patas, parecido a unos ganchos para la cocina baja, pero en vez de triangulo este infernillo era cuadrado, con un depósito de petróleo y una mecha, esto desplazó al tomillo y al carbón de la cocina, Pero ya no fue igual, en las cocinas el olor a tomillo desapareció y dio paso al olor de la modernidad, ¡el petróleo!, aunque el brasero de carbonilla siguió durante algunos años más. Recuerdo que ese calor del brasero puesto debajo de la mesa-camilla, si no llevabas cuidado te salían, lo que llamábamos “Cabras” en las piernas, manchas rojas producidas por el calor intenso descontrolado que producían esos braseros entrañables pero peligrosos y que en invierno, por las mañanas, aparecían en la calle a las puertas de las casas con tomillo encendido y carbonilla por encima para que el suave viento los encendiera sin necesidad de irles dándoles aire con aquellos abanicos hechos con esparto sin cardar.

Tengo en casa algunas macetas que me traen recuerdos imborrables, claveles que huelen a clavo como los de antes, dos de ellas de incienso, y mezclados estos dos olores, ponen delante de mi, aquellas tardes a mis 12-13 años, en los preliminares de la fiesta del Corpus Cristi, en la iglesia de San Pedro, personas muy entrañables y conocidas, poniendo hermosa de esos claveles con olor a clavillo aquella carroza dorada que iba a llevar en procesión al Santísimo, y don Federico Sala Seva cura arcipreste de Novelda, al que yo quería porque era (Mi cura preferido), y con el que volví a relacionarme estando yo en la Diputación Pronvincial de Alicante y él en la Catedral de San Nicolás, hacíamos dentro es esa iglesia de San Nicolás y patrocinados por Diputación, conciertos de música clásica, pues ese cura entrañable el día del Corpus impregnaba todo lo que nos rodeaba de ese olor a incienso, que mezclado con el olor de claveles, hizo que años después, oler nuevamente esas fragancias me hagan renovar mis mejores vivencias.

Cuando viene la temporada de los albaricoques y te hechas uno a la boca, ese perfume y sabor delicioso, me llevan a recordar la plaza de la Magdalena en verano, una gran puerta de patio antiguo, situada donde hoy está la Asesoría de Sala Cola, esa puerta daba a la parte trasera de lo que era entonces la fábrica de conservas. Todos los días por esa puerta descargaban cajas de albaricoques, y mientras el chofer iba a que le abrieran la puerta, nos llenábamos los bolsillos de esos manjares, que en esos tiempos de verdadera necesidad, eran eso, manjares, que paliaban nuestras necesidades más perentorias. Esta entrañable plaza se convertía en verano en un desierto, tierra dura llena de piedras incrustadas en ella, y a pesar de eso jugábamos al balón, las porterías eran dos pedruscos gordos, uno en cada lado sustituían a los postes y ya no digo a la portería completa, eso en aquel tiempo era deseo de dioses. También en esa época, esa plaza se convertía en los meses de la maduración de la uva, en centro de distribución de banastas de uva, digo banastas porque eran los envases en los que en aquel momento la uva se enviaba a los distintos mercados. Estos envases consistían en unos cestos grandes de mimbre en los cuales se iban poniendo los racimos de uva por capas, cinco o seis racimos de uva y encima una especie de corona hecha con papel manila lleno de una hierba parecida al esparto que se le denominaba “Almaset”, cuya misión era amortiguar y separar el peso de los otros racimos que se iban a poner encima, y así sucesivamente hasta completar aquel envase de mimbre, que una vez lleno se le cosía una tapadera del mismo material.

Estos banastos, eran etiquetados en esta plaza, que se convertía todos los años en centro de carga y distribución de uva, venían los camiones de transportes a cargar y llevarse esos manjares novelderos que con tanto cariño cultivaban nuestros padres y abuelos.

Y como no, el olor a azafrán, a cominos, a anís, a clavo, a canela, esos olores abarcan a casi todos los ciudadanos de este querido y entrañable pueblo nuestro. Esos olores te ponen firmes, como cuando en la mili tocaba el Himno Nacional, guardan tantos y tantos recuerdos de toda índole, que con solo oler sus delicados perfumes, se presentan ante ti todo tipo de recuerdos de tu vida pasada. Tenemos los ciudadanos de Novelda la enorme suerte de que esas fragancias sentidas fuera de nuestra ciudad, y ya no digo fuera de España, hacen que nuestras lágrimas aparezcan sin quererlo recordando con esos perfumes nuestros quereres más entrañables.

Pero hay uno olor para mí, que sobresale de todos ellos y es el de la colonia Royal Hambre, el que llegó a penetrar en mis sentidos cuando me presentaron a mi querida esposa Celia, esa era su fragancia habitual, y es la que nos ha “perseguido”, pero con una persecución consentida, deseada, no rechazada, sino esperada, durante estos casi 50 años juntos, con el preámbulo del noviazgo, como decíamos antes, el cual “casi todos respetábamos como estaba mandado por la “autoridad competente” ¡Que suegras las de antes!, pero estaba bien porque el casamiento lo hacías con todas las posibilidades por descubrir, con todos los matices pendientes de sentir, con esa alegría de juventud de poder explorar a partir de ese momento todas las opciones que se te abrían delante de ti, los hijos, deseos de sacar adelante la papelería que estábamos montando, ganas de cambiar el mundo, y todo lo que a esa edad tienes en mente, de posibilidades de progresar, por tanto como esa fragancia vive entre nosotros, puesto que es una más de nuestra familia, los recuerdos están presentes permanentemente, y es una de las cosas que nos parapeta para poder resistir los embates de esta vida llena de momentos de tribulación. ¡¡ Menos mal que algo nos queda y que nadie nos puede quitar!!, los olores que nos traen nuestra historia personal, la de nuestros familiares y amigos, y la de los que ya no están y se han ido por otros caminos de más luz y esperanza.

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10 COMENTARIOS

  1. Sr Penalva, cuanta verdad hay en su escrito,cuando sali de Novelda tenia siete anos y volvi a los treinta y a medida que pasaba por los lugares que salian olores en seguida los identificaba, era como que algo me decia te acuerdas Miguel de este olor y de este otro y de aquel, he vuelto a Novelda muchas vecez y todavia las percibo como cuando tenia siete,GRACIAS POR TAN BONITO ARTICULO.

    Saludos.

  2. Es cierto amigo Penalva que los olores desaparecen del ambiente pero no de nuestra memoria.
    Estan ahí,como latentes,dispuestos a trasladarnos en cualquier momento al pasado más inmediato o remoto de nuestra vida.Son como los ángeles de la nostalgia que nos protegen del olvido de lo que somos y de lo que fuimos. Los olores forman parte de esa enciclopedia pituitaria a la que recurrimos para recordar fugaces instantes de nuestra vida siempre envueltos en algún aroma que nos dejó huella.
    La vida se compone de olores,y en nuestro caso de olores de pueblo,unos agradables,otros no tanto,pero todos vividos con intensidad.
    Desde el olor a tierra mojada, a árboles en flor,a sarmientos quemados,al tabaco de pipa de mi abuelo, a hierbas aromáticas,al mosto de las uvas, a las primeras colonias de adolescente, olores a casa viejas , al vino añejo, el perfume en la piel de las chicas, a la brisa suave del verano, la humedad del otoño, al mar que descubrimos por primera vez, al cirio de las Iglesias, a los potingues de la abuela, a los bebés recien nacidos o el olor intenso a muerte en los antiguos velatorios caseros.
    Todos han formado parte de mi vida.
    Infinidad de fragancias que surcaron el aire alguna vez y que han impregnado con el paso del tiempo ,como diría el cineasta Almodovar, en la piel que habito.
    Un cordial saludo.

  3. Preciosa la relación olfativa. Me ha gustado leerla. Enhorabuena, amigo Pepe.

  4. Amigo Penalva:
    Con que sutileza has dado en el clavo.
    Me has llevado a mi tambien,en tu viaje al pasado. Olores que impregnaron los dias que eramos ninos o adolescentes y hoy al sentir su presencia nos llevan otra vez a aquellos dias.
    Recordar es vivir otra vez.
    Muchas gracias.

    Atila.

  5. Es muy cierto, Penalva: Mira si es así, que aún recuerdo la fragancia que emanaba el chico que me gustaba, como también me trae a la memoria, cómo iba vestido. Esto que cuento han transcurrido unos cuántos años, yo sólo tenía diez y siete.
    Otro momento, gracioso y agradable, fue en una ocasión en la que me dirigía a comprar la presnsa al » Rojet»yo iba detrás de un señor que olía a» Cielo Infinito»..tanto fue así, que sin darme cuenta fui trás él, y estuve a punto de preguntarle: Qué jabón utilizaba, o qué colonia, o qué perfume.
    «Porque de otros olores, ni mencionarlo, debería condiderarse delito contra la salud pública , que la gente no se duche todos los días o se lave , es muy desagradable que alguien pase por tu lado Oliendo a suciedad».
    Otro día, supongo, se podrá incidir más en este tema para hablar de olores de sabores y de colores. Este artículo da para mucho.
    Saludos, Pepe.

  6. Orbservatore: Cada vez más, me sorprende usted con sus comentarios. Me encantan!!

  7. entrañables recuerdos vienen a mi memoria magnifico pepe,no conocia este factor tuyo de escritor me ha gustado, somos conocidos ,eramos jovenes unos quince años una pandilla.deleitanos con tus escritos

  8. Pocos temas como éste son capaces de tocar la fibra sensible a todos los lectores, por muy diversas que sean esas sensibilidades. Bonito y acertado artículo, Sr. Penalva, de cosas terrenas que todos percibimos y casi personalizamos, asociándolas a nuestras propias vivencias.
    Como perfecta también es la excusa, y bien bien dice Ángeles, para los extraordinarios comentarios que acostumbra a dejarnos el observatore. Por cierto y visto lo visto (y leído) ¿para cuando un artículo propio del observatore?

  9. Bonito y nostálgico viaje a través de los olores, Penalva, que comparto por entero, pues todos, en el momento más inesperado del día más inesperado, ¡zas!, nos damos de bruces con un olor, una fragancia… a veces no bien definible, que nos devuelve de golpe a una situación, o a varias, que permanecen como durmientes en nuestra memoria. Es una especie de regreso inmediato al pasado, un golpe: un retorno en apenas un sengundo. Entonces podemos visualizar situaciones y personas, muy claramente, momentos que nos han marcado, no necesariamente alegres, pero que nos transmiten casi toda la información de aquel momento.
    Me ha gustado, Penalva, este acercamiento tuyo a la magia que guardan esos olores perdidos en los senderos de la vida, distraídos de nuestra memoria…
    Un abrazo.

  10. ¡Sí Señor!.
    Pepe:
    Con tu artículo me has remontado a tiempos muy lejanos. Bonitos y agradables recuerdos.
    A primera hora de la mañana después de haberte leído la noche anterior, al tomar mi primer alimento del día (un vaso de leche) y recordar tu artículo, he hecho un poco de esfuerzo para buscar algún recuerdo de entonces y me han ido aflorando uno tras otro.
    El más lejano, con mi bisabuela, mi yaya Lola.
    Tras la puerta de la calle, protegidos por el cristal y al sol de la mañana, yo casi de pié encima de una silla. Ella frente a mí sujetándome para no cayera al suelo, y la gata, comiéndose mis sopas de pan con leche. Al parecer jugueteando yo, o por perder el equilibrio tal vez, le arranqué la taza de las manos, la cual, se estampó contra el suelo, cosa que la gata no me agradeció.
    A partir de aquí, buscando los recuerdos, aparecen en el sentido los olores de aquellas digamos escenas.
    Un poquitín más mayor en casa de Rosarito la mestra, mi vecina (lo que hoy llamamos guardería) nos tenía a quince o veinte niñas/os enseñándonos a cantar y contar. También nos hacía algún que otro juego de equilibrio como en el circo, con una caña y un sombrero de paja de Vicente (su esposo). De vez en cuando en medio de la algarabía se oía “¡mestra que me pixe!”. Ale al patio, las chicas al orinal, los chicos, al caldero. Éramos tan pequeños que no alcanzábamos al retrete.
    Escenas que se prodigaban y que no volveremos a ver, en la calle, por la noche, cuando en verano (como tu bien explicas) los vecinos salían a cenar o a tomar el fresco. Los mayores con sus tertulias entre vecinos y nosotros, los niños, correteando por los alrededores jugando a indios y vaqueros, al escondite, a saltar la comba, a la teja y otros. Y… de vez en cuando una brisa impregnada de olor (quizás un poco fuerte) de aquel arbusto llamado galán de noche que mi abuelo plantó en el patio de la casa.
    O el olor de la madera aserrada o calentada al vapor de la caldera con que Ignacio (mi vecino) moldeaba los arcos que después servirían para cubrir los carros con toldo.
    O el olor de la flor de azahar de aquel limonero que teníamos en casa, cuando de pequeño me permitían subir al árbol para coger los limones que ya no estaban al alcance de la mano desde el suelo ni desde la terraza y me sentía inmerso en el.
    Recuerdos que tu ya has mencionado, como los partidos de futbol en la repaseta (Plaza de la Magdalena). Los albaricoques de la conserva. El olor a cominos o del azafrán del porche. El de la granulla que llevaban a la bodega. El envasado de la uva en las banastas de mimbre y con el “almaset”.
    O el de las algas de la acequia mayor que bajaba por el Paseo de los Molinos, O el de las del Chorro la Asut, que aunque salada, el agua bajaba limpia y podíamos bañarnos.
    Y no sigo más, por que hay tantos y tantos recuerdos que se haría muy largo exponer. Pero no dejo pasar el que mejores recuerdos me ha prodigado, el del perfume de Joya que por aquel entonces usaba María del Carmen, la moza de mis amores.
    50 años han pasado y sigo presentándola como mi novia.
    50 años de avatares, de cambios para adaptarse a nuevos acontecimientos.
    50 años quemando etapas, con sus más y sus menos. Muchos momentos buenos, y algún que otro menos bueno. Pero ahí está el amor, que así como el detergente disuelve la suciedad, el amor disuelve las discrepancias. Así que… Viva el amor.
    Y vivan los recuerdos, que aunque estos son cosa del pasado, son importantísimos para el futuro, por que como libro de sabiduría, a través de ellos, podemos evolucionar hacia el bien.
    Los buenos para seguir haciendo el bien y los malos para saber qué NO debemos hacer.

    Un abrazo.

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