Art. de opinión de Claudio Rizo Aldeguer

ESOS “BAJITOS VESTIDOS DE ROJO” Y EL JABULANI MANSO.

No es un relato, es un hecho verídico que descubriría poco después…
17:30h.: Antes de que España ¿venza? a Alemania, escribo estas líneas. Exactamente tres horas antes de que el Jabulani vuelva a exhibir su volatilidad de adolescente ingobernable entre unas piernas de demasiados quilates. Al margen del resultado final, el Mundial ha vuelto a poner de relieve la fenomenal “vis atractiva” de que goza el fútbol; su carácter encendidamente arrasador de audiencias y de confraternización entre las masas. Hasta el más indiferente en este deporte, conoce ya de los zambombazos de Villa, del penalti parado por Casillas ante Paraguay o de la cara descuajaringada que a Piqué se le quedó en aquella épica escena de mandíbula medio abierta por el impacto de un taco vil…

22:30h.: Y desde ahora, del cabezazo de Puyol. ¡Maravilloso!

España ha ganado. Y de qué manera. Ha sido el mejor partido de la Selección en el Mundial. Estamos en la Final. Un hecho no antes visto. Ese escaño estaba reservado para otros; para los de siempre. Ahora serán los jugadores españoles quienes miren al cielo el próximo domingo cuando suene el himno español por primera vez de esa forma tan bella y tan infinita, sabedores de que concitarán todas las pasiones y esperanzas, y de que, sólo, únicamente, estarán a noventa minutos de dar un giro mayúsculo a la historia de este deporte.

Lo de España merece una lectura atenta, casi didáctica, pues no es fácil encajar bolillos cuando delante tienes un equipazo como el alemán. Hemos ganado por uno, pero en juego, España literalmente ha sacado la consola durante una hora y media, como hacen los niños en casa, y ha barrido a Alemania con una superioridad aún mayor a la mostrada hace dos años. La exhibición en el centro del campo ha sido de manual, por momentos con rasgos de pachanga o de partido veraniego. Tal ha sido el desnivel en juego. Y hasta ese Jabulani, burlón y volátil, ha terminado medio ebrio con tanto toque, y manso, mansito, al designio de “esos bajitos vestidos de rojo”.

El fútbol español ha consagrado una nueva praxis, un hacer futbolístico técnico, sublime, y en un escenario con espléndido caché. Para colmo de ironías, además de un futbol de Playstation, el gol, España, lo marcó por alto, curiosamente, en un saque de esquina, al más puro estilo alemán, en una irrupción majestuosa e imprevista de Puyol. No creo que Alemania encuentre en los anales de su Historia, plagada de éxitos, un repaso en juego, un baño de talento tan extraordinario, como el sufrido ante España.

Pero cuidado, aún queda un partido, y no es un trámite, ni mucho menos; que nadie se lleve a engaños ni a euforias fáciles. Estamos hablando nada menos que de la Final. Un término nuevo en nuestro diccionario. De esos noventa minutos, depende que pasemos a la posteridad, a la eternidad de este deporte, no sólo en resultados, sino especialmente en juego. Y Holanda, no lo olvidemos, también quiere el trofeo, después de un campeonato de nota alta. Porque quiere restituir ese Mundial que se le escapó en los años setenta; ése que ni siquiera Johan Cruyff pudo atrapar con la mejor Holanda que se recuerda y que por juego seguramente mereciera en aquella época. Así que ojo avizor.

La Final está ahí. Y esos “bajitos vestidos de rojo”, la quieren volver a armar.

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