Art. de opinión de Claudio Rizo

Lo siento, pero hay “otro”

No había escrito antes sobre algo tan “mini”. Y me hace gracia. Apenas diez pulgadas de pantalla en las que veo sobreimpreso aquello que mi mente dicta y mis dedos ejecutan. Es un Netbook de los de ahora, con todas las prebendas de la modernidad: wiffi, bluetooth, cámara incrustada en su frontal… además de los programas que debe tener un ordenador de cierta solvencia. Sólo detecto un problema, o más bien, una incomodidad, así, a bote pronto: mis dedos, algo más amorcillados que hace una década, chocan, se molestan sobre el teclado, unos con otros, a modo de zancadillas torpes, al escribir con rapidez una frase que no deseo olvidar. Es, digamos, un peaje, aledaño a este cada vez mayor reduccionismo en el que se ha instalado lo material, pero que con gusto pago. ¿Hasta dónde llegaremos en esta querencia por lo cada vez más pequeño? Mañana es posible que hablando con el pacífico vecino del tercero, ocultamente nos grabe la conversación, los gestos, nuestras reacciones, por medio de una cámara diminuta alojada bajo la manga derecha de su camisa con más de diez horas de disco duro dispuestos a captar todo lo que le ocurra a lo largo de 24 horas, allá por donde vaya, hable con quien hable, al modo de un reportaje sobre azares espontáneos de ese vecino. Y lo peor de todo es que jamás lo sabremos. ¡Cómo saberlo! ¿Estamos condenados, si ya no lo estábamos, a vivir en un imparable ascenso en la desconfianza hacia lo que nos rodea?
Bueno, a otra cosa, que no me apetece ponerme en plan agorero antes de comer. Que luego le doy vueltas a las cosas y no hago buena digestión. Que me conozco.

Vuelvo al trebejo este que sólo usaré por una vez, pues ni siquiera es mío: el Netbook. Me gusta leer en la pantalla, cada vez más. A lo mejor me estoy incorporando a ese creciente grupo de la sociedad que, sin darse cuenta, empieza lentamente a arrinconar los libros y su irrepetible olor a añejo, a íntimo, por el luminoso y virginal blanco de la pantalla. Y eso, en algo de mi interior, me hace sentir mal. Es como si estuviera cometiendo una especie de traición en el honor o en la fidelidad debida. Porque sé que el Libro Electrónico –como antes el de papel, durante tantos años, tantas décadas- está llamando a la puerta de mi casa, se está mostrando, el muy desvergonzado, enseñándome la pierna, la liga que la cubre, insinuándose, seduciéndome… vamos, que me está poniendo un poco tonto, por no decir otra cosa, de manera que no sé el tiempo que podré mantener lo que parecía ser una inquebrantable alianza con el papel. Ojalá mi biblioteca, los libros que en ella moran desde antiguo, comprendan el ahorro de espacio –y de dinero- que implica el hacerme con un Libro de esos… Electrónicos. Comodidad, transporte fácil, capacidad de almacenamiento… son bondades demasiado modernas –y ventajosas- con las que, me temo, no pueda en breve competir el papel.

Una nueva ruptura se perfila, otra más, de esas que trae la vida, o mejor, la tecnología… Quisiera pensar que, cuando llegue, no sea tan dura como la última, afortunadamente hace ya mucho, cuando en medio de un dolor que me rompió el alma, hube de decirle al vinilo: Lo siento, pero hay otro.

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3 COMENTARIOS

  1. me encanta el final… el doble sentido que usas… me quedaó planchá de lo chulo que está.

  2. Has resumido exactamente el sentir de todos aquellos que nos deleitamos con algo tan sencillo como pasar páginas. Pero he de decir que, aunque sea por romanticismo puro y duro, la historia que nació hace mucho tiempo entre un lector de carne y hueso y un libro de papel dudo que pueda extinguirse tan fácilmente…

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