Melomanías V

Artículo de José Fernando Martínez (Charly Rebel)

La discoteca Vaya Tela.

Los seis últimos meses del tercer curso de filología, 1983, los pasé en el Pub New Orleans de Alicante como camarero. Su dueño, Cornelius, tocaba el piano cuando el ambiente se animaba. En los últimos años este había decaído; “la marcha” se había trasladado al barrio en el casco viejo y sólo algunos viejos bohemios anacrónicos y nostálgicos seguían yendo en busca de un tiempo perdido en muchas memorias.

En las paredes solía haber colgadas exposiciones de artistas plásticos que no conseguían vender nada. Yo me encargaba de la barra y de poner música jazz y blues en un reproductor de cinta magnética con cintas de larga duración. Las barra de los bares decadentes siempre son un refugio para los solitarios contadores de historias que saben que hay un camarero con poco trabajo dispuesto  a escucharles.  Aquella “aventura” laboral estilo Casablanca me hizo arrastrar un par de asignaturas hasta el final de la carrera y desgastó un antiguo amor que se vino abajo en cuestión de meses. Descubriría en aquella barra la cantidad de sueños rotos que tenían sus clientes y el gran teatro que es este mundo lleno de vanidades y de derrotados héroes.

Llegó el verano y aquello ya no se mantenía con los cuatro gatos bohemios que lo frecuentaban, y fui a trabajar al pub Mitos, luego al Gama y, a comienzos de cuarto de filología,  pasé los últimos cuatro meses en la decante Vaya Tela trabajando los fines de semana alternativamente de camarero, portero y discjockey. Allí se bailaba desde The Time (Podríamos morir todos cualquier día, yo no quiero morir mejor me la paso bailando hasta que se acabe. De modo que esta noche voy a ir de fiesta como si fuera 1999) pasando por  Dexys Midnight Runners (Come on Eileen, Toora loora toora loo rye ay). Esta última fue número uno en Inglaterra el verano de1982. En aquel momento yo trabajaba en el campo, ilegalmente, recogiendo bulbos de tulipanes para exportarlos a Holanda. Conseguí ese trabajo un día que hacía autostop por carreteras secundarias de Cambridgeshire. Me paró un Mercedes marrón como el que conduzco ahora, pero once  años más antiguo. El señor tenía muchas tierras y necesitaba trabajadores. Me consiguió alojamiento y comida en casa de su suegra, una señora como las de las series inglesas estilo Golden Girls. A cambio de un alquiler que le daba semanalmente, tenía un lugar para dormir y comer la comida inglesa casera que, cuando cocinaba la abuela, era muy buena. Los fines de semana me juntaba con unos rockers e íbamos de pubs y discotecas. Un día conocí a un joven que venía de la guerra de las Malvinas, The Falklands. La palabra que más repetía era horrible. Un recuerdo que todavía revivo con toda su fuerza era cuando paraba la música típica de discoteca y entraba la dulce melodía del violín que introduce a Come on Eileen. Se escuchaba un clamor de júbilo emocionante y todo el mundo llenaba la pista. También en la barra y los rincones movían la cabeza y levantaban las rodillas sonrientes y felices al tiempo que la coreaban como un himno. Recientemente vi la película The perks of being a wallflower, y hay un momento en el que Emma Watson reproduce, con su descontrolado y eufórico baile cuando escucha esta canción, lo mismo que sentía ese verano cuando sonaba en aquellos clubs. Dos años más tarde, no causaba el mismo delirio cuando la pinchaba en la ValaTela, pero en mi corazón vibraba como en aquellos años. Todavía me sigue emocionado y trasladando a aquel verano. “Tú con ese vestido y mis pensamientos, lo confieso, al borde del amor y la lujuria”. Estos recuerdos son sustancia dorada la que abraza tu vida, la hace intensa y sientes que tu corazón ya no hace bum bum como en Sulsbury Hill de Peter Gabriel, sino toora loora loo rye ay

Puedes leer:

Melomanías (I): Carta de un soldado

Melomanías (II): «Happiness is only a habit»

Melomanías (III): Carta de un estudiante de inglés desde Sheffield a Novelda.

Melomanías (IV): Aquella cinta de casete que me grabaste.

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